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Un mundo oscuro iluminado para la temporada navideña – GALERÍA

En los días más oscuros del año, en una época muy oscura, se anhela la iluminación.

Y así, en todo el mundo, se encienden las luces navideñas, algunas humildes, otras espectaculares, todas ellas un bienvenido respiro de la oscuridad.

Hacen de las calles una experiencia interactiva. Hay túneles de luz para recorrerlos a pie como hacen los peatones en Tokio, en el zoológico de Johannesburgo, Sudáfrica, y en el espectáculo de luces Holiday Road de Calabasas, California; para recorrerlos en coche, en un centro comercial de Panay, Filipinas, donde los visitantes se quedan en sus coches para frenar la propagación del COVID-19.

Hay árboles de verdad, árboles artificiales y árboles gigantescos, como la escultura luminosa en Vigo, España, de la que se dice que es el mayor árbol del mundo, tan grande que adultos y niños se pasean por su interior. Vigo se luce más en Navidad, con 11 millones de luces LED en más de 350 calles.

Algunas son municipales, como los hilos de luz plateados que adornan las farolas de Moscú. Otras son comerciales, como las luces que envuelven una tienda de electrónica en la plaza Syntagma de Atenas, convirtiéndola en una enorme caja de regalo. Y otras son privadas, como los exagerados adornos de las casas del vecindario neoyorquino de Dyker Heights, en Brooklyn.

Todos son maravillosos, en el sentido más literal de la palabra.

¿Es posible que, mientras el mundo atraviesa su segunda temporada navideña acosado por la enfermedad, necesitemos que las luces sean más brillantes que nunca? ¿Y así las extendemos por encima como un dosel celestial en lugares desde Barcelona, España, hasta la Ciudad Vieja de Damasco, Siria?

¿Es así como nos enfurecemos contra la muerte de la luz?

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