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¿Ya tiene dueño el nuevo aeropuerto?

La reunión del presidente electo Andrés Manuel López Obrador con asociaciones de ingenieros parece despejar la nebulosa que mantenía en vilo al nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México.

Salvo que se haya expresado mal, lo dicho por López Obrador es un adelanto de que ese aeropuerto tendrá dueño: un grupo de inversionistas encabezados por el empresario que “con su talento e imaginación es un ejemplo en México y en el mundo”: Carlos Slim.

De ninguna manera le regateo méritos a Slim, pero la señal de López Obrador parece obvia.

Ante los ingenieros, el lunes, dijo: “¿Qué vamos a hacer con el aeropuerto? Lo quiero endosar a ustedes, quiero que me ayuden a resolver lo que más convenga técnicamente. Nada de factores o de decisiones políticas. Vamos a hacer lo que técnicamente resulte mejor para el país, para la nación”.

Después de conocerse lo que digan los ingenieros sobre el cauce que darle al nuevo aeropuerto, el ya para entonces presidente López Obrador va a someter esos criterios a consulta popular o como le quiera llamar.

A ver, vamos por partes, porque no se entiende.

Primero les va a preguntar a los que saben. Y después nos va a preguntar a los que no sabemos, quienes tomaremos la decisión final.

Eso es muy extraño.

¿No que se va a hacer lo que más convenga técnicamente?

¿No que será una decisión técnica y no política?

López Obrador lo “aclaró” con una joya de la demagogia: la decisión final se tomará en una consulta pública “porque el pueblo es sabio”.

Hay tres opciones, dijo AMLO: la primera es que continúe el proyecto como está.

Otra es que se detenga la obra y que se hagan dos pistas en Santa Lucia.

Y la tercera es seguir con el proyecto actual, pero concesionado: “que inversionistas –si son mexicanos mucho mejor– decidan continuar la obra con una concesión. Nosotros no tendríamos inconveniente, porque no ejerceríamos dinero público”.

Lo que hace López Obrador es poner la mesa para Carlos Slim y quienes deseen unirse en torno a él.

Todos los organismos especializados en aeronáutica han dicho que la obra está bien donde está, en Texcoco, que es un excelente proyecto, y que la idea de Santa Lucía es un parche mal pensado.

La decisión va a estar entre seguir con la obra, teniendo al gobierno como dueño, o entregárselo a privados.

Ahí está todo el fondo de la faramalla que terminará en consulta.

Y como lo presenta López Obrador, la decisión ya está tomada.

Será muy fácil inducir la respuesta. ¿Quieren que el gobierno pague esa obra que cuesta tanto, o que se haga con dinero privado y que al gobierno no pague un centavo por ella?

Ya conocemos la respuesta del pueblo sabio, ¿verdad?

Salvo que detrás de ese planteamiento de AMLO, hay un sofisma.

El nuevo aeropuerto es autofinanciable.

Lo pagamos los usuarios con los derechos de aeropuerto que actualmente desembolsamos en cada boleto de avión que adquirimos.

Del presupuesto no hay que distraer un centavo para pagar la obra.

Y ese aeropuerto, el internacional de la Ciudad de México, será altamente rentable para el gobierno.

¿Por qué privatizarlo, si es ganar-ganar?

A diferencia de otras empresas del Estado, como las refinerías, por ejemplo, que arrojan una pérdida descomunal para las finanzas públicas (50 mil millones de pesos al año), el nuevo aeropuerto no cuesta hacerlo y dejará grandes ganancias.

¿Qué sentido tiene privatizar donde no hay gasto presupuestal y sí muchos ingresos?

Curiosa ideología anima esa medida: privatizar donde hay ganancias e invertir dinero de todos donde hay pérdidas.

¿Más capitalismo de compadres?

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