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La prohibición de rifles semiautomáticos de Nueva Zelanda no está funcionando

Nueva Zelanda prohibió la mayoría de los rifles semiautomáticos pocas semanas después de los horrendos tiroteos de este año en dos mezquitas de Christchurch. Los opositores a las armas en los Estados Unidos lo consideraron un modelo para este país. Solo hay un problema. La prohibición no va según lo planeado.

En abril, el Parlamento de Nueva Zelanda declaró ilegal poseer un rifle semiautomático, excepto los rifles de calibre 22 o inferiores que pueden contener un máximo de 10 balas. Las escopetas de acción de bombeo que pueden aceptar un barrilete también son ilegales. Las pistolas no estaban incluidas en la prohibición.

GunPolicy.org estima que los neozelandeses poseen hasta 1.5 millones de armas de fuego. Eso incluye 460 mil rifles y 300 mil escopetas. Si bien no es posible saber exactamente cuántas armas prohibió la ley, es seguro suponer que fueron varios cientos de miles. Los dueños de armas existentes tienen seis meses para entregar sus armas o enfrentar hasta cinco años en la cárcel.

Hasta junio, los propietarios de armas de Nueva Zelanda habían entregado alrededor de 700 armas. Esa tasa podría ser tan baja como uno de cada mil.

Este incumplimiento no debería ser una sorpresa. En 1996, Australia prohibió las armas semiautomáticas después de un tiroteo en masa. Los australianos vendieron o entregaron más de 700 mil armas. Eso suena a mucho. No lo es, en comparación con la cantidad de armas que no se entregaron. Franz Császár, profesor de la Universidad de Viena, en Austria, estimó que los propietarios de armas australianos conservaron ilegalmente entre 2 y 5 millones de armas.

La prohibición de Australia tampoco detuvo el flujo de nuevas armas de fuego.

“Un creciente número de grupos está traficando armas de fuego”, escribió la Comisión de Inteligencia Criminal de Australia en 2016. “El mercado de armas de fuego ilícitas es impulsado en parte por bandas ilegales de motociclistas, grupos del crimen organizado del Medio Oriente y otros grupos involucrados en el tráfico de productos ilícitos como drogas”.

Qué impactante descubrir que los delincuentes no cumplen con la ley. En Nueva Zelanda, los líderes de pandillas ya están reconociendo que sus miembros están conservando sus armas de fuego.

“¿Se desharán las pandillas de sus armas? No”, dijo Sonny Fatu, presidente de la rama de Waikato de la Mafia Mestiza.

Esto no significa que sea peligroso vivir en Nueva Zelanda. El país ya tenía muy pocos homicidios con armas de fuego, incluida la aberración que fue la horrible masacre en Christchurch. En 2015, hubo ocho homicidios cometidos con armas de fuego en todo el país, con una población de 4.8 millones de habitantes. Durante las últimas dos décadas, los años con homicidios con armas de fuego de un solo dígito han sido la norma. Para ponerlo en contexto, Chicago, con una población de 2.7 millones de habitantes, tuvo 335 homicidios con armas de fuego en el último año.

Esa comparación hace obvio que no es solo la mera presencia de un arma lo que hace que un lugar sea seguro o no. Los factores sociales, culturales y económicos también importan.

En el mejor de los casos, las prohibiciones de armas son ineficaces, como se ve en Australia y Nueva Zelanda. Los criminales no entregan sus armas. La mayoría de los ciudadanos tampoco. En el peor de los casos, son contraproducentes. Quitan las armas a quienes tienen menos probabilidades de cometer un delito y les indican a los delincuentes que sus posibles víctimas están desarmadas.

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