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Celebrando

Esta ciudad ha sido donde he vivido por más largo tiempo desde que salí de mi Santiago natal.Las Vegas es un lugar que he aprendido amar, aunque mi amor no fuera de esos que nacen a primera vista. Ahora, si me voy lejos, extraño esta ciudad por ofrecerme un servicio al cliente excelente, incomparable, fabuloso.

Y, si se me antoja, puedo quedarme en ella y reservar una bella habitación en un hotel glamoroso y pagar de $30 a $40 dólares durante un martes o un miércoles.

Las Vegas es una ciudad con estilo, así como California tiene sus pantalones kakis y sus camisetas blancas, el vegano se viste cual estrella, bien a lo movie star o a lo rock star, o a lo old star de incógnito o en “rehab”, que es un estilo en el cual convergen armoniosamente el lujo y el brillo, las cirugías plásticas, el western, con los tatuajes y las perforaciones.

Todo va, nada sorprende, el hombre y mujer local parecen ser impermeables al qué dirán. Sí, es cierto que he atacado y le he exigido mucho a esta ciudad, como lo hacen los padres con los hijos, pero es porque la sueño cada día mejor.

Quince años atrás la encontré en plena edad del crecimiento y no era más que una mesa de juego alrededor de la cual se ofrecían hot dogs, margaritas por un dólar y bodas al vapor. Entonces, este oasis no tenía museos, ni un teatro de la talla del Smith Center ni en su repertorio aparecían espectáculos de circo altamente elaborados y de gran belleza artística, los grandes chefs de New York y San Francisco no habían descubierto que el desierto era un pedazo de tierra fértil donde sembrar sus caras ambiciones gastronómicas y las divas del mundo no buscaban plantar sus raíces en nuestra arena.

Y es que Las Vegas ha mudado la piel tantas veces, que ya le queda poco de su pellejo inicial. En esta nueva dermis, ella se exhibe como un centro de convergencia para eco-turistas, como motor de las mejores políticas y prácticas de conservación del agua, como un bazar de las mercaderías más finas del planeta, como una comunidad habitada por gente deseosa de ayudar, gente llegada de todas partes que, al igual que yo, se dijo un día: “no he venido para quedarme” y sin embargo, aquí estamos todavía: seducidos, embrujados, enamorados de ella, acostumbrados a la maravillosa conveniencia de encontrar los restaurantes, los gimnasios, los supermercados, los bares y las salas de baile abiertos de lunes a lunes hasta muy tarde (o durante las veinte y cuatro horas).

Y usted se preguntará: ¿Y este canto a Las Vegas, a qué se debe?…pues esta semana estoy de cumpleaños y ando de muy buen humor. Por eso he optado por no despotricar contra la falta de esto y la carencia de aquello. Hoy, aquí entre nos, quiero celebrar mi hogar, celebrar su espíritu libre, peregrino, su forma de susurrarme al oído: “cuando estés en Roma, compórtate como los romanos”, pero cuando estés en Vegas, sé tú.(r)

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