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Aquí entre nos

¡Yo seré la primera persona en mi familia que irá a la universidad! afirmó una estudiante de último año de la escuela secundaria Rancho el pasado 5 de diciembre, cuando tuvo lugar una feria educativa sobre el tema de la educación superior. Allí estuvieron congregados representantes de diferentes universidades, agencias no lucrativas, las fuerzas armadas, escuelas vocaciones y colegios comunitarios, quienes informaron al estudiantado sobre los recursos y programas que estaban ofreciendo. En vista de que mi papel era hablar sobre becas, le pregunté a la citada estudiante si sabía cómo obtenerlas. –Sí.

¿Has pedido a dos o tres maestros que te escriban cartas de recomendación? -¡Claro!

¿Tienes listo el ensayo que vas a utilizar para solicitar las becas?

-¡Por supuesto, ya le he pedido a una maestra que me lo ayude a corregir, porque sé que no debe tener faltas, me contestó con una sonrisa de oreja a oreja

¿Y la transcripción de tus calificaciones?

-Aquí están, mire, y abrió una carpeta con las copias de los documentos sujetos con una grapa. ¡Qué bien! veo que estás lista, le dije, muy contenta al ver que ella estaba muy enterada del asunto.

Unos minutos más tarde me tocó hacerle las mismas preguntas a un chico. Sus respuestas fueron: “¿ah?, ¿eh?, no y ‘I didn’t know I need it.”

–Tienes que hablar con tu consejero escolar para orientarte mejor, le digo.

–No sé quién es el consejero, contestó.

¿Qué te gustaría hacer cuando termines la secundaria?

–No sé.

¿Y tus padres, qué dicen?

–Nada.

¿Cómo que nada?

-Ellos no se meten con eso, me respondió enfadado y se marchó.

¿Por qué a algunos jóvenes les entusiasma la idea de alcanzar una educación superior y a otros los pone de mal humor hablar de eso? ¿Por qué, dos adolecentes expuestos a la misma información, reaccionan de manera tan opuesta ante ella? De acuerdo a la Doctora Mathis, una veterana con treinta y cinco años de experiencia en el mundo de la educación, lo que hace la diferencia entre un estudiante motivado a continuar sus estudios y otro que lo no está, es el tipo de expectativa que de él tiene su familia. Si la expectativa reza: aunque aquí nadie obtuvo un título universitario, tú sí vas a tener uno, el estudiante tendrá claro que eso es lo que se espera de él y sabrá, entonces, hacia donde tiene que dirigirse. Por el contrario, si no hay una meta, si no existe una expectativa depositada en su futuro, los jóvenes no sabrán qué es lo que tienen que hacer con el resto de su vida académica. Por eso, señores, es importantísimo plantar la semilla de aspiraciones altas y bien definidas en la mente de los hijos, porque el que nada siembra… bueno, ustedes saben.

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