Aquí entre nos
junio 6, 2014 - 4:01 pm
Un mito, en tanto que tal puede ser real o imaginario, ya que la verdad del mito no está en su contenido, sino en el hecho de ser una creencia aceptada por vastos sectores sociales. (Florescano, Mitos Mexicanos)
Estudios estadísticos demuestran que “la edad de iniciación sexual de las mexicanas ha disminuido en la últimas décadas (…) Como consecuencia, los embarazos en las adolescentes son tan alarmantes que se han convertido en uno de los asuntos fundamentales de las políticas de población.” (Menkes, Sexualidad y embarazo adolescente en México).
Sin embrago, la sociedad mexicana prefiere hacerse de la vista gorda ante la rampante evidencia de que las señoritas de su casa no se casan “señoritas,” pues desde muy temprana edad están activas sexualmente, con lo que las dejan a la merced de la ignorancia y la falta de información con respecto a la prevención de enfermedades sexuales y el embarazo. Para los varones, por el contrario, la situación es totalmente diferente.
Por lo general, ellos también experimentan una iniciación sexual precoz, mas en sus casos la pérdida de la virginidad es considerada como algo aceptable, celebrado e inclusive en el seno familiar se les instruye cómo hacerlo. En consecuencia, al hablar de virginidad, el concepto se aplica solo a la mujer, puesto que la virginidad masculina en tanto que premio o humillante pérdida no es existe. Esta doble moral juzga la virginidad femenina diferente a la iniciación sexual masculina, ya que restringe una y estimula la otra. Dicen los expertos, que este alto precio puesto sobre la virginidad femenina es producto de usar la sexualidad como un valor de cambio.
Además, añaden, oculta el deseo machista de poseer un ideal de mujer “pura.” A fin de ilustrar este concepto, tomemos de ejemplo el uso del condón en la juventud mexicana. Se encontró que los jóvenes usan el condón únicamente cuando van a tener relaciones sexuales ocasionales “con el tipo de mujer poco comprometida” (Menkes, 252) De ahí que la sexualidad haya sido revestida de innumerables atribuciones morales enunciadas como el Bien y el Mal.
Esta carga simbólica sobre la sexualidad, y en especial de la virgen, parece tener de igual manera un sustrato en razones de tipo biológico. En vista que la reproducción se lleva a cabo en el cuerpo femenino, “el control de la capacidad reproductiva de las mujeres, y por lo tanto también de su sexualidad, es fundamental para la permanencia de cualquier cultura (…) La virginidad femenina aparece entonces como un ámbito que posee tal carácter sagrado que es profanado con el primer coito durante el cual el varón aparece como el instrumento de tal transgresión; el emisario de la maldad.” (Amuchastegui-Herrera, Ana. (Valores Sexuales y virginidad en México)
Así, la calificación del erotismo como “malo” aparece con frecuencia en la cultura popular mexicana. La protagonista de las telenovelas, por citar una referencia, suelen ser vírgenes y sus enemigas en contraste, mujeres muy sexuales.
No obstante, como dijo Barthes, “la mejor de las armas contra el mito es, quizás, desmitificarlo a su vez. Es producir un mito artificial: y este mito reconstituido será la mitología verdadera” (Mitologías)
¿Quién, entonces, representaría la mitología verdadera?…Pues una mujer que exhibe una sexualidad sin trabas, un ente liberado y deliberado en su comportamiento y elecciones sexuales.
Una mujer que se burle de la doble moral, que acabe con el disimulo que la sociedad le exige mantener a través de modelos religiosos antiguos, que no corresponden a la actualidad, y que son eternizados por una actitud machista que se niega a medir a la mujer con la misma vara con la que mide al hombre.
Es decir, una mujer que no esté forzada a privarse de las mismas libertades sexuales que, por generaciones, los hombres han venido disfrutando sin ningún prejuicio tanto en México como en el resto de América Latina.
Pero sobretodo, y aquí entre nos esto es lo más importante, una mujer educada e informada sobre los recursos a su alcance para cuidarse de un embarazo indeseado y de las enfermedades sexuales.
Un aprendizaje que debería empezar en casa, si a las hijas nos trataran igual que a los hijos.