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La travesía de Florisela

Esta es la historia de una mujer “Tepesiana” en el limbo migratorio.

En días pasados, la Corte Suprema -de manera unánime- dijo que los inmigrantes que ingresaron ilegalmente a Estados Unidos no pueden solicitar tarjetas de residencia. Dicha decisión afectaría en su mayoría a personas que se benefician del Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés).

Así, el viernes 11 de junio, organizaciones pro derechos de los inmigrantes en todo el país, salieron a protestar para demandar la protección permanente a los 11 millones de inmigrantes indocumentados que piden una residencia para poder estar legalmente en el país.

La ciudad de Las Vegas no fue la excepción. El Comité de Miembros de TPS de la organización “Arriba Las Vegas Workers” se unieron con trabajadores de limpieza, trabajadores esenciales y agrícolas para protestar frente la Corte Federal situada en el centro. De esta manera esperan presionar a los gobernantes locales y al presidente Joe Biden para aprobar una residencia permanente por la vía “Reconciliación del presupuesto”.

Lo que los activistas defensores piden es una revisión a fondo del dictamen por parte de la sala del Noveno Circuito de apelaciones y, de ser necesario, llevarán el caso hasta la Corte Suprema.

Entre las oradoras del evento se encontraba Florisela López-Rivera. Quien la conoce, sabe que ella es alegre, activa con las organizaciones pro inmigrantes y que se considera como una mujer guerrera. Pero detrás de esa resiliencia, está la historia de una mujer que sufrió un calvario para poder llegar a Estados Unidos. Y que ahora con este revés migratorio pudiera poner su estatus legal en la cuerda floja.

La decisión de emigrar

Florisela, de 48 años, es originaria del municipio El Rodeo en El Cantón, dentro del departamento de Usulután, El Salvador. Explicó para El Tiempo que “soy madre de tres hijos, cuyo padre falleció hace ya varios años. De hecho, entre mis planes no estaba el mudarme a Estados Unidos. Alguien me invitó a venirme ‘pal norte’, sin embargo, dije que no, por mis tres hijos. Pero el hambre, la pobreza y la inseguridad me hicieron cambiar de opinión. El estar preocupada que cuando mis hijos crecieran tuvieran que enfrentar la violencia del país, me hizo tomar la decisión de emigrar a Estados Unidos. Para trabajar duro y después traerme a mis hijos uno por uno. Tomé la decisión y les dejé mis hijos a mis padres”.

El recorrido

Son casi 3000 kilómetros desde El Salvador; son tres fronteras las que los salvadoreños tienen que cruzar para llegar: Estados Unidos, Guatemala y México. Todas igualmente peligrosas y difíciles. Y esas fronteras son las que cruzó Florisela. La inmigrante, al llegar a México, decidió a unirse a otros miles de centroamericanos que comienzan su peligroso recorrido por medio de un tren.

“La Bestia”

Es el nombre de trenes de carga, que transportan combustibles, materiales y otros productos por vías férreas de México. Pero “La Bestia” no solo transporta materia prima, sino que también es usado como una de las opciones de transportes más viables por migrantes. Porque es gratuito y permite evitar numerosos puestos de control de inmigración. Aunque a cambio de ello los riesgos pueden ser mortales.

“Hay que subirse en cuestión de minutos, en Chiapas, mientras está en marcha y corriendo, sin ser visto por los vigilantes. Recuerdo que el viaje en ‘La Bestia’ es muy peligroso ya que cada frenada o curva que pasamos, puede ser mortal para los pasajeros que viajamos (por días) en el lomo del ferrocarril”, expresó, agregando que “algo que nunca olvidaré es el buen corazón de unas mujeres que se llaman ‘Las Patronas’ en Veracruz. ‘Las Patronas’ crearon un grupo para preparar comida y tirárselas en bolsas cerradas, para que cuenten con un poco de comida para el camino”.

Al llegar a la frontera

Como muchos inmigrantes, Florisela pagó a un “coyote” para que la pasara para “el otro lado” de la frontera. La salvadoreña recuerda que la primera ocasión que pasaron se perdieron por días. Estaban a punto de desmayarse de sed cuando ella y otros migrantes encontraron un charco de agua lleno de gusanos y heces fecales. “Aunque era un asco el tener que tomar de esa agua, mi sed fue más grande y junto con los otros inmigrantes no tuvimos más opción que beberla. La situación se agravó tanto; que nos dimos por vencidos -y para salvar sus vidas- y para no morir de sed y hambre, nos entregamos a la patrulla fronteriza”, explicó.

Pero esto solo fue el principio, ya que Florisela no se daría por vencida así de rápido. Luego conoció a un grupo de mexicanos junto con quienes decidieron intentarlo por segunda ocasión, caminaron por días y cuando “El Mosco” (el helicóptero de inmigración) buscaba a cualquier indocumentado por el desierto, ella y el grupo con quien iba se escondían entre las montañas de basura. Porque solamente allí no los podían detectar.

Después, finalmente los “polleros” llegaron y en una camioneta amontonados los llevaron a una casa a california; Florisela pagó a su coyote para que la dejaran ir. Pero desafortunadamente esto no ocurrió. Poco a poco los inmigrantes se fueron yendo uno a uno, todos, excepto ella. Florisela entonces se dio cuenta que el dueño de la casa la había secuestrado y la tuvo encerrada en el sótano de esta. En donde estuvo incomunicada por casi tres meses.

Con lágrimas en los ojos y la voz cortada Florisela narró que su secuestrador, quien era un hombre gordo, sucio y muy malo, la violó de una manera salvaje cuantas veces quiso durante esos tres meses; la golpeó y le daba de comer hamburguesas viejas y feas.

Cuando su raptor finalmente se cansó de abusar de ella, la “vendió” a una cantina. Fue allí en donde esta mujer vio la oportunidad de escaparse; cuando conoció a una fémina en la misma cantina. Con esta nueva amiga, Florisela se fue a trabajar en los campos de la pizca.

Poco tiempo después se mudó a Los Ángeles y comenzó a trabajar limpiando casas. Después se mudó a Las Vegas y continuó su trabajo de limpieza de casas y reunió dinero suficiente para comprar su propia casa.

Posteriormente, Florisela pudo pagar su auto, sacar a sus hijos adelante y se convirtió en “Tepesiana” al obtener el Estatus de Protección Temporal. Pero aún así no se animó a regresar a El Salvador y no se pudo despedir de sus padres antes de que fallecieran.

Al día de hoy, Florisela siente que ha alcanzado la mitad de su “sueño americano”. Después de tanto sacrificio y dolor le ha podido dar una mejor vida a sus hijos y no se arrepiente de nada y según ella, los golpes de la vida que ha tenido que vivir la han hecho más fuerte para seguir adelante.

“A pesar que en estos momentos el revés migratorio me preocupa, sé que no es el final; seguiré luchando -como muchos otros ‘Tepesianos’-, hasta que podamos obtener la residencia permanente. He viajado en caravana hasta Washington, y si lo necesito hacer otra vez para demandar una residencia permanente, lo seguirá haciendo”, concluyó está valerosa salvadoreña.

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