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Buscan jóvenes cubano-estadounidenses su papel en Cuba

MIAMI. (AP). — Isabella Prío nació en Miami, tiene 20 años y es una estudiante en el Boston College que cuenta con viajar algún día a Cuba y ayudar a dar forma al futuro de la isla. Pero ella nunca ha estado en el país del que su abuelo fue presidente, y se niega a visitarlo mientras no sea una democracia.

Cherie Cancio, de 29, también nació en Miami y gestiona visitas a la isla para jóvenes cubano-estadounidenses deseosos de conocer su herencia.

Ambas son hijas del exilio. Las dos se muestran apasionadas en su aspiración de influir en el cambio en un país que lleva décadas bajo el régimen autoritario de los hermanos Castro, pero tienen puntos de vista muy dispares.

Para cientos de miles de jóvenes como Prío y Cancio, hijos de exiliados cubanos -algunos de familias que llevan dos o tres generaciones fuera de la isla- la muerte de Fidel Castro podría abrir la puerta a un mundo que les estuvo vedado durante mucho tiempo. O, al menos, parece ponerlo un poco más cerca.

Los cubano-estadounidenses jóvenes dicen que la muerte de Castro a los 90 años es algo simbólico que ofrece esperanzas de un mejor diálogo entre los dos países. Algunos creen que el diálogo comenzó durante el gobierno del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, que visitó Cuba en marzo. Pero el futuro de la diplomacia bilateral es incierto con el presidente electo Donald Trump.

“Definitivamente está en manos de los jóvenes tomar el relevo”, dijo Prío. “Simplemente tenemos que tener cuidado con cómo lo hacemos”.

Nadie sabe cómo discurrirá ese diálogo y aunque hay actitudes cambiantes, la comunidad sigue dividida sobre la mejor manera de trazar un nuevo rumbo para la isla o si los exiliados en Miami deben jugar un papel.

Prío, estudiante de finanzas y marketing, no quiere visitar el país antes que termine el régimen de Castro y se restaure la democracia. Por ahora se siente decepcionada cuando ve fotos de amigos en Cuba en Instagram y Facebook. Su postura está más alineada con personas de la edad de sus padres y abuelos.

“Los jóvenes cubano-estadounidenses de verdad quieren implicarse con la isla”, dijo Guillermo Grenier, profesor de sociología en la Universidad Internacional de Florida e investigador jefe del FIU Cuba Poll, un sondeo anual de cubano-estadounidenses copatrocinado por el Cuban Research Institute.

Sin embargo, señaló Grenier, “lo que opinan los cubano-estadounidenses más jóvenes sobre Fidel Castro es en cierto modo independiente” de su interés en implicarse en la isla.

El Cuba Poll más reciente se realizó en agosto. La encuesta mostró que los cubano-estadounidenses de 18 a 39 años están desencantados con el embargo, desean mayores oportunidades de negocios y apoyan el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países.

“Ha habido un cambio de los cubano-estadounidenses de la generación del milenio, que están más abiertos a las políticas del presidente Obama”, señaló Cancio, cuyo padre llegó a Florida en el éxodo del Mariel en la década de 1980.

Ella admite que los hijos de exiliados viven una lucha interna entre querer aprender sobre su herencia y ser respetuosos con las dificultades sufridas por sus padres. Muchos jóvenes quieren ir a Cuba, pero tienen reparos en hacerlo por respeto a la opinión de sus padres de que el régimen debe ceder el poder y la democracia reinstaurarse antes de implicarse de cualquier forma sustancial.

“Todos respetamos los sacrificios y la historia de nuestros padres, especialmente los que somos de Miami”, dijo.

Por eso cree en educar a los cubano-estadounidenses mientras tiende puentes con la gente en Cuba.

“Queremos que los cubano-estadounidenses visiten Cuba, lo experimenten, hablen de ello y piensen en qué significa una Cuba emergente para ellos y sus comunidades en Estados Unidos”, indicó el sitio web de CubaOne, la organización sin fines de lucro de Cancio.

Aun así, Cancio no cree que ni ella ni otros hijos de exiliados nacidos en Miami deban tener un papel en la evolución de Cuba. Eso depende de la gente en la isla, afirmó.

“Yo tengo la libertad aquí para respaldar las políticas que quiero. No sé si debo tener esa libertad en otro país, aunque mi padre naciera allí”, señaló.

Javier González, estudiante de 21 años en la Universidad de Miami, reclama su relación con Cuba como un derecho de nacimiento. Su padre llegó desde Cuba y no ha regresado. González tampoco ha viajado a la isla.

“Una Cuba libre o nada”, dijo González, que estudia ciencias políticas, economía y acuicultura.

González asistió a la Belen Jesuit Preparatory School en Miami, una escuela privada de los jesuitas que funcionó en La Habana, fue ocupada tras el ascenso al poder de Castro y expulsada de la isla.

El propio Castro se graduó en esa escuela en 1944. González señaló que muchos de sus profesores conocieron a Castro o estudiaron con él, y que la experiencia del exilio impregnaba la vida diaria de la escuela, igual que en su casa.

Cada día, mientras caminaba hacia su clase de estudios latinoamericanos, González pasaba junto al “muro de los mártires”, un recorrido fotográfico de todos los antiguos alumnos caídos luchando “por una causa más alta”, incluidos varios intentos de derrocar a Castro. Muchos fueron presos políticos bajo el régimen de Castro.

González piensa en Cuba como su hogar y algún día espera regresar a lo que describe como un “paraíso perdido”.

La muerte de Castro, afirmó, “no equivale a la libertad, pero es un paso hacia la libertad”.

Cuando se conocieron las noticias sobre la muerte de Castro, escribió un mensaje a Prío, amiga suya. Ellos y sus amigos en la secundaria que habían vuelto a casa por el feriado de Acción de Gracias sabían dónde reunirse: el Cafe Versailles en la Pequeña Habana, donde un cartel dice “La Casa del Exilio”.

Prío, que tiene amigos en su escuela de Boston que cuestionaron su alegría por la muerte de Castro, intentó explicar sus sentimientos.

“No es un ser humano, es un monstruo”, dijo. “Es perfectamente aceptable celebrar su muerte”.

Por su parte, González señaló: “No es celebrar la muerte, es celebrar la vida que podría ser”.

El abuelo de Prío, Carlos Prío Socarrás, fue presidente de Cuba de 1948 a 1952, cuando Fulgencio Batista organizó un golpe y derrocó el gobierno. Socarrás huyó del país y financió a Castro. Más tarde dijo que había sido la peor decisión de su vida.

Como González, Prío cree que algún día viajará a Cuba y confía en jugar un papel en su reconstrucción.

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