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Medallista de oro, convertido residente de Las Vegas, busca su primer título mundial

Si Robeisy Ramírez se conformara con el botín de la gloria olímpica, no habría empeñado sus dos medallas de oro por 30 mil dólares, ni habría desertado de su Cuba natal sin su familia, ni se habría instalado en Las Vegas.

Pero Ramírez es así.

Nunca está satisfecho.

“Dejé atrás mi vida en Cuba. Dejé atrás el nivel de aficionado”, dice a través de su representante, José Izquierdo, que en una sombría mañana de marzo hace de traductor de Ramírez en las puertas de Salas Boxing Academy.

“Una vida, dos capítulos diferentes. Ahora es el título mundial. Ahora es mi carrera profesional. …Son diferentes. Ambos importantes. Pero el otro lo dejé atrás”.

Medallista de oro olímpico en peso mosca en 2012 y peso gallo en 2016, Ramírez (11-1, siete nocauts) puede reclamar su primer título mundial el sábado en Hard Rock Hotel & Casino en Tulsa, Oklahoma, donde se enfrentará al excampeón de 122 libras Isaac Dogboe (24-2, 16 nocauts) por el título vacante de peso pluma de World Boxing Organization (WBO).

El cubano, de 29 años, ha ganado 11 combates consecutivos desde que perdió en su debut profesional, y tiene más poder que nunca, como parecen indicar sus tres nocauts seguidos.

“Ahora tengo la confianza que tenía siendo un aficionado”, dice Ramírez. “Ahora creo que puedo ganarle a cualquiera y a todos”.

Eso es exactamente lo que Ramírez hizo como aficionado, superando a profesionales eventualmente destacados como Shakur Stevenson, Murodjon Akhmadeliev, Mick Conlan y Tugstogt Nyambayar en camino para el oro olímpico de Londres y Río de Janeiro.

Pero, a diferencia de sus compañeros olímpicos, Ramírez no pudo convertirse en profesional debido a las leyes cubanas que relegan a los mejores boxeadores de la isla a la categoría de aficionados.

El gobierno cubano le quitó a la fuerza un tatuaje de los cinco anillos olímpicos que tenía en su bíceps izquierdo, lo que provocó la reacción de Ramírez, que durante mucho tiempo había sido un producto de sus prestigiosas academias de aficionados.

Desde entonces, la cicatriz la cubrió con un tatuaje de guantes de boxeo, adornados con tinta negra con las ciudades y los años en los que ganó el oro olímpico.

“Están acostumbrados a que la gente siga siempre sus reglas”, explica Ramírez, en referencia al régimen cubano, “y a la mínima desviación de eso, te ponen una cruz y se acabó”.

Así que, como muchos de sus predecesores, Ramírez huyó: abandonó el equipo nacional durante un campamento de entrenamiento de 2018 en Aguascalientes, México, evadió hábilmente a las autoridades y vivió casi seis meses como polizón en varias ciudades mexicanas mientras esperaba el papeleo adecuado.

A finales de año, se establecería a las afueras de Tampa, Florida, y encontraría la libertad para luchar por sí mismo.

Para la primavera siguiente, firmaría un contrato promocional con Top Rank en medio de una recomendación de Stevenson, a quien Ramírez venció en el combate por la medalla de oro de 2016.

“Elogió mucho al chico. Dijo que era un gran peleador y también una persona realmente agradable y simpática. No fue difícil para nosotros hacer un trato con él”, dijo el presidente de Top Rank, Bob Arum. “Pero de lo que no nos dimos cuenta es de lo que le había quitado su deserción y su huida del gobierno cubano: no estaba en condiciones de pelear cuando reservó su primera pelea”.

De ahí que un Ramírez demasiado confiado y poco preparado perdiera una decisión dividida el 10 de agosto de 2019 ante Adán Gonzales, una derrota de la que todavía habla con desprecio.

Pero la derrota provocaría cambios que Ramírez “necesitaba hacer”, y una conversación con sus compatriotas Aroldis Chapman y Yordenis Ugas, el excampeón de peso mediano de la World Boxing Association (WBA) que le sugirió que se mudara a Las Vegas y se capacitara bajo la tutela de Ismael Salas, uno de los mejores entrenadores de boxeo.

Un campamento de entrenamiento de ocho semanas se ha convertido desde entonces en una estancia indefinida, que le permite a Ramírez instalarse con su esposa, Moni AlyLia Garces, y sus dos hijas gemelas.

“Te da la confianza para conseguirlo”, dijo Ramírez, que tiene otra hija, Renata, a la que no ha visto desde que huyó de Cuba. “No solo en la capacitación, sino también fuera del ring”.

Con Salas en su esquina, Ramírez se ha recuperado de la derrota, ganando todos sus combates posteriores y haciendo realidad el prodigioso potencial que mostró en las categorías no remuneradas.

Las listas de los campeones del mundo capacitados por Salas cuelgan de la pared de ladrillo del interior de su gimnasio, con sus nombres inscritos en tipografía blanca sobre un fondo negro que todavía tiene mucho espacio para el nombre de Ramírez.

“Está saboreando el momento”, dice Izquierdo. “Robeisy piensa de verdad, al igual que nosotros como miembros del equipo, que sus mayores logros en el boxeo aún están por llegar”.

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