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México, el nuevo amigo de Cuba

CIUDAD DE MEXICO — Hay muchas teorías sobre por qué México está alabando a la dictadura de Cuba y guardando silencio sobre la brutal represión del gobierno de Venezuela a las manifestaciones estudiantiles, pero creo que la más creíble puede resumirse en una sola palabra: miedo.

Muchos analistas de la política exterior mexicana coinciden en que el presidente mexicano Enrique Peña Nieto le está dando la espalda a la defensa colectiva de la democracia y los derechos humanos en Cuba y Venezuela debido a que teme que estos dos países utilicen su influencia sobre la izquierda mexicana para crearle problemas en casa.

Recientemente, Peña Nieto logró la aprobación de ambiciosas reformas económicas, incluyendo una reforma energética y una reforma educativa que han sido recibidas con aplausos entusiastas en Wall Street, pero que son rechazas por una buena parte de la izquierda mexicana.

Lo último que quiere Peña Nieto es que Cuba y Venezuela alienten a los grupos de izquierda mexicanos a combatir la implementación de estas reformas en el congreso, y en las calles.

“Para México, Cuba y Venezuela son temas de política interna”, me dijo Miguel Hakim, ex subsecretario de relaciones exteriores a cargo de América Latina. “El gobierno de Peña Nieto no quiere que le alboroten el gallinero mientras pone en marcha las reformas de energía y educación”.

A fines del año pasado, Peña Nieto condonó el 70 por ciento de la deuda cubana con México, de casi $500 millones. En enero, el presidente mexicano hizo una visita oficial a Cuba, y alabó al ex dictador cubano Fidel Castro como “el líder moral y político de Cuba”. Asimismo, el gobierno de Peña Nieto ha dicho poco y nada sobre la represión del gobierno del presidente Nicolás Maduro a las protestas callejeras en ese país, que ya han dejado por lo menos 20 muertos y mas de 200 heridos.

Según me dicen funcionarios de alto rango cercanos a Peña Nieto, la política exterior de México está guiada por el pragmatismo y por el deseo de convertir al país en un actor importante dentro de la comunidad diplomática latinoamericana. Durante los gobiernos de Vicente Fox (2000-2006) y Felipe Calderón (2006-2012), ambos pertenecientes al ahora opositor Partido de Acción Nacional, México muchas veces defendió públicamente las libertades que se violan en Cuba y Venezuela, lo que enfureció a Castro y al difunto líder venezolano Hugo Chávez.

Aurelio Nuño, el jefe de gabinete de Peña Nieto, me dijo en una entrevista la semana pasada que “Tenemos una visión muy pragmática de cómo debemos conducir nuestra política exterior. En el caso de Venezuela, preferimos ser prudentes. México no cree que posiciones muy estridentes vayan a lograr mucho”.

Casi todos los países sudamericanos, encabezados por Brasil, apoyan abiertamente al gobierno de Maduro en Venezuela. Pero el apoyo de Brasil a Cuba y Venezuela —que es mucho más explícito que el de México— resulta menos sorprendente, porque ya estamos acostumbrados a la lamentable política exterior de Brasil en temas de derechos humanos y democracia en los últimos años.

El gobierno de izquierda de Brasil ha implementado políticas de libre mercado, mientras por otro lado mantiene contenta a su base de izquierda con una política exterior pro-cubana. Además, Brasil ha invertido considerablemente en los proyectos petroleros y de infraestructura de Cuba y Venezuela.

Entre los países latinoamericanos que han criticado la sangrienta represión gubernamental de las manifestaciones pacíficas de Venezuela están Chile, Panamá, Perú y Colombia.

El presidente saliente de Chile, Sebastián Piñera, me dijo en una entrevista reciente que “es un compromiso que tenemos todos los países de América Latina el de defender la libertad, la democracia y los derechos humanos, no solo en nuestras fronteras sino también fuera de ellas”.

Mi opinión: La política de Peña Nieto hacia Cuba y Venezuela no es “pragmatismo”, sino —además de un lamentable retroceso democrático - un caso de manual de sobreactuación diplomática.

Si Peña Nieto teme irritar a Cuba y Venezuela, podría tratar a esos países con prudente amabilidad, sin necesidad de alabar como “líder moral” a un dictador que ha causado miles de muertes y que no ha permitido elecciones libres en cinco décadas, ni hacerse el distraído ante los muertos y presos políticos en Venezuela.

La sobreactuación de Peña Nieto también perjudica la imagen de México. Sus nuevas reformas de libre mercado han convertido el país más en un mimado de la comunidad financiera internacional, pero si México trata de presentarse ante el mundo como una democracia moderna y mejorar su “marca país”, de poco le conviene quedar pegado a Cuba y Venezuela.

México va a tardar mucho más en convertirse en un país del Primer Mundo si se embandera con los regímenes más retrógrados del tercer mundo.

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