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En este vecindario, el abandono hace que se inunden las calles cada vez que llueve

Los nubarrones que se acercan a los suburbios del Condado Clark traen consigo la esperanza de que la lluvia alivie la sequía y calme los suelos resecos del desierto.

Pero a los habitantes de Lytle Ranch, un vecindario rural del valle de Moapa, las condiciones nubladas les provocan pavor.

Eso se debe a que no saben si un aguacero cualquiera en su comunidad convertirá las calles sin pavimentar en lodo capaz de atrapar sus vehículos de tracción en las cuatro ruedas, o si un río lodoso arrasará su pueblo, causando heridos o impidiendo que los servicios de emergencia lleguen hasta ellos.

Tal y como están las cosas, los bomberos voluntarios han tenido dificultades durante las emergencias médicas para encontrar direcciones, debido a la falta de señalización de las calles y a las confusas coordenadas GPS, incluso en días secos, dicen los habitantes.

Hace 16 años, Alma Pérez tuvo que dejar a su padre agonizante para ir en busca de una ambulancia perdida. Aún se pregunta si podrían haberle salvado la vida de haber llegado antes, dice Pérez.

La tormenta del 15 de marzo golpeó con especial dureza a esta comunidad de unos 40 hogares, predominantemente mexicoestadounidenses convirtiéndose en un río que llegaba a la altura de las rodillas y se movía rápidamente, arrasando los caminos de tierra y dejando varados a los habitantes y sus autos.

“Da un poco de miedo”, dijo Pérez un mes antes de la riada. “Sé que no llueve mucho, pero cuando llueve, cuando empieza a llover, tenemos años en los que llueve mucho y es un gran problema”.

Su esposo, Mario Pérez, señaló que un año el vecindario se inundó cuatro veces en cinco semanas.

“Nos preocupamos”, dijo Pedro Gómez. “Créeme, nos preocupamos”.

‘Es como un río’

Descrito como un vecindario “unido” y tranquilo, Lytle Ranch está ubicado a unas cinco millas por una sinuosa carretera que tiene algunas colinas junto a la Interestatal 15, a unas 60 millas al norte de Las Vegas. Limita con tierras ocupadas por el grupo Moapa Band of Paiute Indians de Moapa River Indian Reservation.

Familias multigeneracionales viven en grupos de casas. La mano de obra ha evolucionado de la ganadería lechera a la construcción y a ser empleados de Republic Services.

Los hhabitantes dicen que lucharon por una carretera principal durante años hasta que el condado pavimentó una hace aproximadamente una década. Aún así, las inundaciones impiden que los autobuses escolares lleven a los niños más al interior del vecindario, dejándolos varados en el lodo. Las consecuencias de la lluvia unen a los vecinos, ya sea para ver cómo están unos y otros, para liberar autos atascados o para limpiar los caminos de tierra.

El último diluvio transformó el vecindario en una “pequeña isla”.

“Es exactamente como si estuviéramos en medio de un lago”, dijo Alma Pérez. “Solo fluía, todo el suelo estaba cubierto. Si necesitáramos salir, teníamos el agua a media pierna”.

Mientras los equipos del Condado Clark retiraban los escombros de la carretera principal del vecindario —la única que mantiene— Arturo Villezcas describió aguas de un pie de profundidad que dañaron su auto.

“Esta carretera parece un río”, dijo. Las inundaciones no han afectado a la mayoría de las viviendas, construidas sobre sólidos cimientos elevados.

Ante la incertidumbre sobre su seguridad personal, los habitantes, que llevan décadas denunciando la negligencia del gobierno, exigen que el condado pavimente sus calles, establezca infraestructuras de control de inundaciones y, como mínimo, instale señales en las calles.

Delfina Anchondo lidera una iniciativa popular para llamar la atención sobre las terribles necesidades del vecindario. Le preocupa que solo el destino haya salvado vidas en la zona.

“Es aterrador”, declaró al Las Vegas Review-Journal en una serie de entrevistas. “Creo que en este punto estamos un poco a merced de la suerte”.

Desde 2021, ha expresado estas preocupaciones a las dependencias locales y federales y a los cargos electos. Ha presionado con más pasión a la comisionada del Condado Clark, Marilyn Kirkpatrick, quien representa al distrito.

Anchondo se pregunta si la etnia latina de la comunidad ha influido en la supuesta inacción del gobierno. Razona que las comunidades adyacentes de mayoría blanca, que no son inmunes a las inundaciones repentinas, están mejor preparadas con carreteras pavimentadas y control de inundaciones.

‘Ella no es la víctima’

A principios de este mes, Anchondo y su padre, Óscar Anchondo, enfermo terminal, consiguieron por fin reunirse con funcionarios del Condado Clark. Kirkpatrick reconoció en una entrevista ese mismo día que se había ofrecido a colocar señales en las calles en un plazo de 90 días y a hacer una encuesta entre los vecinos para ver si querían instalar números de dirección.

Sin embargo, según Denis Cederburg, director de obras públicas del condado, es responsabilidad de los habitantes adecuar sus carreteras a los estándares de la grava para que el condado pueda mantenerlas y, posiblemente, pavimentarlas en el futuro. Las carreteras del vecindario nunca han cumplido los estándares, añadió.

Aunque las inundaciones han sido históricamente un problema en la zona, la intensidad del agua ha aumentado en los últimos años, dijo Kirkpatrick.

La cantidad de agua, dijo, ha “hecho el problema un poco más grande, rápidamente”.

Los depósitos y los desagües obstruidos también agravan el problema, dijo Kirkpatrick. “Así que esperamos que como comunidad podamos seguir trabajando juntos para ser proactivos y poder dejar que el agua corra de forma natural como lo ha hecho durante muchos, muchos años”.

Andrew Trelease, subdirector general del Distrito Regional de Control de Inundaciones del Condado Clark, dijo que actualmente no hay “soluciones estructurales” para el control de inundaciones en Lytle Ranch, porque las casas se consideran seguras.

Animó a los habitantes a mantener limpios los desagües y a contratar seguros contra inundaciones.

“Son responsables de proteger sus propiedades”, afirmó.

Kirkpatrick llamó a la infraestructura cara y dijo que “el financiamiento es siempre el problema”.

La urbanización de la zona ayudaría a compensar los costos, algo que, según dijo, Moapa Valley ha rechazado en el pasado, añadió.

“No digo que tengan que crecer, pero al mismo tiempo, cuando vives en una comunidad rural, hay expectativas de lo que obtienes por los servicios”, dijo. “Intentamos estar muy cerca de averiguar qué cuestiones son importantes para ellos, pero con las infraestructuras: el crecimiento paga el crecimiento en la mayoría de los casos, o ayuda a traer esas infraestructuras tan caras y solo tenemos que decidir si quieren seguir siendo rurales o si quieren más servicios del valle”.

Depende de los habitantes averiguar las prioridades de la comunidad, y comunicarlas al condado a través de la junta asesora del municipio, dijo Kirkpatrick.

Kirkpatrick rechazó la idea de que había descuidado Lytle Ranch.

“Los trato a todos por igual; todos ellos son mis comunidades rurales”, dijo. “Probablemente soy la persona que más trabaja sobre el terreno como cargo electo, y me enorgullezco de ello”.

Y ahora que tiene una lista específica de las necesidades de Anchondo, a quien Kirkpatrick describió como una “gran activista”, el comisionado dijo que el condado trabajaría con la comunidad para ver dónde puede ayudar.

Anchondo dijo que Kirkpatrick le dijo en la reunión que creía que Anchondo había acusado a la comisionada de racismo.

“Le dije que ella no es la víctima aquí y yo tampoco”, escribió Anchondo en un mensaje de texto. “Las 40 familias mexicanas sin servicios y familias lo son”.

‘Soy la hija de mi padre’

Se le pidió a Anchondo que preparara una presentación para una reunión de la junta municipal en abril. Cuando el evento se canceló inesperadamente, los habitantes se presentaron en la casa de su padre.

Cuando la tarde se convirtió en noche, decenas de vecinos llegaron en auto o a pie, llevando sus propias sillas de jardín para la improvisada reunión comunitaria. Los perros ladraban, los gallos cantaban y las cabras balaban a lo lejos.

“Soy la hija de mi padre”, declaró Anchondo en inglés y español.

Después resumió lo que ha contado a los funcionarios en un alud de correspondencia, a veces acompañada de cartas firmadas por los habitantes.

Anchondo, quien trabajaba como asistente jurídica en la zona rural de Wisconsin, les dijo que Oscar Anchondo, de 76 años, enfermo de cáncer y que divide su tiempo entre Lytle Ranch y la casa de su hermana en Las Vegas, es su principal preocupación.

“Solo hablo por mi padre, sinceramente”, dijo en español, “porque no tengo poder para hablar por nadie más”.

Sin embargo, ella quería “compartir con ustedes dónde estoy en este momento para ver si ustedes me apoyarían y con qué me apoyarían si sigo presionando”.

Presentó quejas en las oficinas de las senadoras federales Catherine Cortez Masto y Jacky Rosen, la oficina del fiscal general de Nevada, el Departamento de Justicia y la Agencia Federal para la Gestión de Emergencias. También se puso en contacto con la Casa Blanca, señalando que el gobierno del presidente Joe Biden destinó fondos a infraestructuras y firmó una orden ejecutiva para abordar la justicia medioambiental.

Anchondo solicitó la contratación de una empresa de ingeniería para que revise la ley y compruebe si las carreteras son transitables y cumplen los códigos. Solicitó ayuda jurídica a empresas para estudiar la posibilidad de litigar por los derechos civiles.

Mientras espera la respuesta de la organización sin fines de lucro Mexican-American Legal Defense and Education Fund, League of United Latin American Citizens (LULAC) dio su apoyo a la “difícil situación” de Lytle Ranch.

“Estas familias viven en constante peligro debido a la falta de protección adecuada contra las inundaciones repentinas causadas por la ausencia de carreteras pavimentadas y mejoras en el control de inundaciones”, escribió Euler Torres, vicepresidente de la organización de derechos civiles para la región del Lejano Oeste, en un boletín informativo del Cinco de Mayo. “LULAC escucha sus súplicas y se compromete a actuar para que las autoridades locales aborden este problema con prontitud y garanticen la seguridad de estas familias vulnerables”.

Varios vecinos tomaron la palabra durante la reunión.

“Tienen que hacer algo, señorita”, le dijo un hombre a Anchondo en español.

“Nosotros también pagamos impuestos”, intervino otro hombre.

Una mujer dijo que una familia vecina se había mudado recientemente.

“No hay servicios ni nada”, dijo en español.

Anchondo le dijo a los vecinos que entiende si tienen dudas sobre emprender acciones, pero que no están pidiendo servicios que otras comunidades del Condado Clark no tienen.

“Nuestra única opción en este momento es solo hablar por nosotros mismos”, dijo. “No creo que nadie vaya a ayudarnos, tenemos que ser nosotros los que exijamos cosas, y no creo que debamos ser tímidos al respecto”.

“Sencillamente no quiero aceptar que no se puede hacer nada, porque mi padre no quiere irse, y puede que no esté mucho tiempo, pero le encantaría dejarnos esta propiedad”, añadió.

El amor de las hijas

Una tarde reciente, Óscar Anchondo barría los escombros de su propiedad.

Este chihuahuense reflexionaba sobre su extenuante vida. Empezó a trabajar a los cinco años, vendiendo chicles y burritos, hasta que consiguió un empleo en un cuartel militar.

Se hizo soldado cuando era adolescente y patrulló las sierras y los ranchos hasta que la violencia dentro de las filas le obligó a emigrar al otro lado de la frontera, dijo con su voz ronca.

Anchondo llegó al sur de Nevada en 1981, conoció a la madre de sus tres hijas, se casó y acabó comprando una propiedad en el rancho Lytle por 28 mil dólares. Durante un tiempo tuvieron animales de granja, pero el aumento de los costos y las inundaciones acabaron con ello.

Se comprometió a cumplir los deseos de su esposa agonizante de cuidar de sus hijas.

“No sé por qué me quieren tanto”, dice Anchondo en español, explicando que siente que no contribuyó lo suficiente a que se convirtieran en mujeres profesionales, pero que crecieron como buenas hijas.

Anchondo quiere vivir sus últimos días en su propiedad, algo a lo que sus hijas se oponen rotundamente. Dice que aprecia su independencia y disfruta de la tranquilidad del Lytle Ranch, que le recuerda a los últimos años de su padre.

“Nunca dejo de trabajar aquí”, afirma. Ha intentado en vano instalar su propio sistema de control de inundaciones.

Pero al menos dos veces, cuando cayó enfermo, tuvo que conducir él mismo hasta hospitales de Las Vegas después de que las ambulancias no llegaran, dijo Delfina Anchondo. Las fuertes lluvias tienden a dejar el área sin servicio telefónico y de internet, lo que hace imposible conseguir servicios de telesalud, añadió.

“Se pone bien feo”, dijo.

Óscar Anchondo sueña con que sus hijas hereden su casa y vuelvan al pueblo que las vio crecer.

Dice que, aunque el dinero se va, la propiedad siempre estará ahí, y quizá algún día adquiera un valor importante.

“La casa les sirve más a ellas que a mí”, dijo.

Aunque aún se siente sano, dijo que es afortunado por haber vivido hasta una edad avanzada.

“No tiene caso tenerle miedo a la muerte, va a llegar algún día”, dijo. “Tenemos que afrontarla, estar preparados para ella”.

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