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Dentro del condado de Nevada que el coronavirus AÚN no ataca

Cuando la noticia llegó al condado rural de Esmeralda en marzo de que un virus letal estaba en camino, Linda Williams supo exactamente qué hacer.

Durante 42 años su familia había dirigido la tienda general en la pequeña Dyer, una asamblea no incorporada de agricultores y jubilados a cuatro horas al norte de Las Vegas. Conocía a la mayoría de los residentes porque su tienda era un punto de reunión central desde hacía mucho tiempo, a 75 millas de distancia de la cadena de supermercados más cercana.

Todos los días, supervisaba los últimos mandatos del gobernador en materia de salud y ayudaba a organizar un esfuerzo para tejer cubrebocas caseros que repartía gratuitamente en su mercado, donde un letrero en la puerta limitaba los clientes a tres a la vez.

Limpiaba y desinfectaba la tienda constantemente.

“Me puse seria con todo”, dijo. “Mi mensaje a los clientes era ‘te protegeré, eres mi responsabilidad’. Les recordamos tan pronto como entraron por la puerta que debían usar un cubrebocas y mantener su distancia”.

Y, al menos hasta ahora, ha funcionado.

Esmeralda es el único condado de Nevada que no ha reportado ningún caso de COVID-19, una rareza en un estado que ha visto más de 58 mil 800 casos y mil 30 muertes. Hay razones, por supuesto.

Con una población de sólo 974, el Condado Esmeralda está entre los menos poblados de la nación. El distanciamiento social es una forma de vida en un lugar sin comunidades incorporadas, sin preparatorias, sin semáforos y sólo un puñado de señales de alto.

El condado cuenta con tres núcleos de población: 350 habitantes viven en la sede del Condado Goldfield, 150 en Silver Peak y otros 350 en el valle más occidental de Fish Lake, situado en la frontera de California, donde se encuentra la tienda de Williams y Dyer.

Los residentes se enorgullecen de evitar el virus, apuntando a un sentido de comunidad y sentido común colectivo necesario para labrarse una vida lejos de la gran ciudad.

¿Cuestión de tiempo?

Los funcionarios de salud tienen otra posible explicación: Han esquivado las balas.

“Son realmente afortunados de no haber introducido todavía el COVID en su comunidad”, comentó Trudy Larson, decana de la escuela de ciencias de la salud comunitaria de la Universidad de Nevada, Reno y miembro del equipo asesor médico del gobernador.

Mientras que la mayoría de los residentes del Condado Esmeralda viven bien lejos de las principales carreteras estatales, Goldfield se encuentra a lo largo de la Autopista U.S. 95, la principal ruta entre Reno y Las Vegas.

“Este virus viaja con la gente, así que puede ser sólo cuestión de tiempo”, subrayó Larson. “La distancia entre las personas ayuda a reducir la transmisión, pero sólo se necesita una persona para introducirlo en la comunidad. Especialmente a lo largo de una autopista muy transitada, donde alguien que se detenga a echar gasolina o a comer algo podría traer el virus”.

En el Condado Esmeralda las pruebas para el virus también han sido bajas. Sin un hospital o clínica cerca, los residentes deben viajar a Tonopah, en el Condado Nye, para ser examinados. Hasta principios de agosto sólo 73 personas lo habían hecho, alrededor del siete por ciento de la población, lo que representa aproximadamente la mitad de la tasa estatal del 15 por ciento, mencionó Larson. Es posible que más personas hayan salido del estado para hacerse la prueba en Bishop, California.

Los funcionarios del condado están buscando remediar esa discrepancia.

Ralph Keyes, un agricultor y uno de los tres comisionados del condado, agregó que Esmeralda ha formado una junta de salud en respuesta a COVID-19 que está investigando traer una unidad móvil de pruebas de la Guardia Nacional que podría visitar incluso lugares aislados.

“Creo que nuestro éxito es una combinación de vigilancia local y nuestro estilo de vida”, señaló Keyes. “Esta es una comunidad rural, todo el mundo está disperso”.

En la ciudad minera de Silver Peak, los clientes habituales de un bar de la vieja escuela brindan por su éxito en mantenerse un paso adelante del virus. Aún así, Patty Huber-Bath, residente de Goldfield, mantiene los dedos cruzados. “Le digo a la gente que el Condado Esmeralda aún no tiene ningún caso que conozcamos”, dijo. “Siempre añado esa última parte”.

El comisionado del Condado Esmeralda, Timothy Hipp, afirma que el virus llegará algún día. “Me pongo nervioso incluso hablando de ello”, confesó Hipp de 47 años, un minero local. “Tan pronto como se sepa que estamos orgullosos de no tener ningún caso, lo tendremos al día siguiente”.

Y cuando llegue ese día, dijo, podría golpear duro al condado.

“Tenemos la mayor proporción de ancianos del estado que serían susceptibles al virus, y somos tan pequeños que todos nuestros servicios están ubicados en un edificio. Así que si alguien con el virus entra en el juzgado de Goldfield, podría infectar a la gente del juzgado, a los presos, al fiscal del distrito, al defensor público. Podríamos estar en serios problemas”.

Cuidándose unos a otros

En su mayor parte, evitar el virus ha significado que los locales se preocupen por los locales.

Keyes dijo que los residentes del Valle del Lake Fish donaron guantes y cubrebocas. Un club de mujeres de allí que comenzó a hacer colchas en 1929 comenzó a tejer cubrebocas que se repartieron en las aulas locales y entre los ancianos.

Todos hicieron su parte. “Normalmente nos dan abrazos aquí, pero empezamos a recurrir a los codazos”, señaló Patty Hudson, residente de Dyer.

No sólo eso, sino que el juego de cribbage del sábado por la noche en el Fish Lake Valley Saloon fue puesto en espera. El festival anual del 4 de julio en Goldfield se redujo a unos pocos fuegos artificiales, y la sede del condado también canceló sus populares Días de Goldfield a principios de agosto.

Aunque los jueces del juzgado de Goldfield exigían a los trabajadores y a los acusados que llevaran cubrebocas, a menudo tenían que pedirles que se los quitaran para que se entendieran durante las audiencias. Después de cada carrera al hospital más cercano en Bishop, los paramédicos limpiaban su ambulancia con desinfectante e incluso se cambiaban de ropa.

Los locales que salían de la ciudad en viajes de compras mensuales recibían pedidos de los vecinos, especialmente de los más viejos, así que no tenían que salir de casa. Los oficiales de salud del estado hicieron inspecciones por video para asegurar que los negocios siguieran los últimos protocolos de desinfección.

En lugar de sentirse aislados, los residentes del Condado Esmeralda se deleitan con el distanciamiento cultural y geográfico de uno de los condados originales de Nevada, establecido en 1861, donde los pueblos fantasmas superan en número a las comunidades pobladas. El escritor Mark Twain pasó tiempo en el área como minero mientras investigaba para escribir su libro “Roughing It”.

Ni las carreteras pavimentadas ni la electricidad llegaron hasta principios de los años 60. Sin códigos de construcción, el Condado Esmeralda atrae a forasteros cansados de las regulaciones de las grandes ciudades. Mientras que los delitos graves son bajos, los residentes empacan armas ocultas, y un letrero colocado al interior de la tienda general en Dyer dice: “No llamamos al 911”.

Una playera a la venta allí dice “¿Dónde diablos está Dyer?” mientras que otra muestra un cartel de kilometraje de carretera que dice “Fin del Mundo: 9 mi. Dyer, Nev: 12 mi”.

“Todos juntos en esto”

El cierre nacional ha significado menos extraños. Goldfield ha visto menos tráfico en la U.S. 95 y menos turistas pasando por Dyer en el camino entre los parques nacionales de Yosemite y Death Valley.

“La gente piensa que las pequeñas comunidades como la nuestra no prestan atención sólo porque muchas grandes ciudades no lo hacen”, comentó Williams. “No es que nos guste tener que tomar todas estas precauciones, pero nos damos cuenta de que estamos todos juntos en esto”.

Tras el cierre, Gemfield Resources, que opera una mina local, donó 150 mil dólares al condado para el desarrollo económico, incluyendo 50 mil dólares que se utilizaron para crear vales en los puntos de venta de alimentos locales, para ayudar a mantener a los residentes cerca de casa.

Durante siete semanas seguidas, hasta que el dinero se agotó, cada residente del Condado Esmeralda recibió un vale de 20 dólares. La acción no sólo proporcionó alimentos a la comunidad, sino que mantuvo a los empleados en sus puestos de trabajo y las puertas de los negocios locales abiertas.

Aún así, a los 82 años, la residente de Fish Lake Valley, Jeanie Amick, no corrió ningún riesgo.

“Seguí las reglas”, confesó. “Cuando fui a la tienda general de Dyer, me desinfecté las manos antes y después. Cuando me fui, usé mi cuerpo para abrir y cerrar la puerta”.

Como la sala de conferencias del juzgado de Goldfield es demasiado pequeña para mantener el distanciamiento social, alguien sugirió que los comisionados del condado se mudaran a la sala del juzgado para sus reuniones regulares, pero los jueces no lo hicieron.

“Les dijimos: ‘Estamos dispuestos a trabajar con ustedes, pero esto es un tribunal y vamos a tener un tribunal’”, recalcó la jueza del tribunal de distrito, Kimberly Wanker, que trata casos en Goldfield.

Los comisionados reprogramaron sus reuniones para cuando la corte no estuviera en sesión.

Williams tiene una razón extra para temer al virus. Ahora, a sus 70 años, está recibiendo quimioterapia para una enfermedad autoinmune. Ella sabe que es vulnerable.

Cuando algunos clientes de la tienda general se negaron a usar cubrebocas, se lo tomó muy personal.

“Tuvimos algunas confrontaciones”, afirmó. “Algunos lugareños se enorgullecen de su rudeza, tienen la actitud de que son invencibles. Viven en el país de Dios, confían en Dios y tienen un fuerte sistema inmunológico”.

Pero en su mayoría, los residentes del Condado Esmeralda están orgullosos de la forma en que han manejado el novedoso coronavirus, ya sea que finalmente llegue a ellos o no.

Williams, que recientemente vendió su negocio para concentrarse en su salud, contó la historia de un oficial de la Patrulla de Carreteras de California que entró en la tienda sin cubrebocas.

“Le dije: ‘Oye, eres bienvenido aquí, pero ¿dónde está tu cubrebocas?’ relató Williams.

El oficial respondió, “Oh sí, tienes razón” y volvió a su coche para ponerse uno.

Después, dijo Williams, volvió a entrar “con uno de esos grandes cubrebocas N95, como si fuera en serio”.

Más tarde, vio el montón de cubrebocas gratis y donó 100 dólares por un puñado, que planeaba repartir a los encerrados. Williams usó el dinero para comprar comida para cuatro familias necesitadas.

“Todos nos unimos”, dijo. “Y todas las pequeñas cosas suman”.

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