El mal se manifiesta de muchas formas. El mundo lo ha visto este mes en el horrible atentado terrorista de Hamás contra Israel. Ahora ha vuelto a asomar su horrible cabeza, esta vez en Maine.
El miércoles, un hombre armado mató a 18 personas e hirió a otras 13 en Lewiston. Las autoridades han identificado a Robert R. Card, de 40 años, como sospechoso. Durante el ataque, el agresor disparó indiscriminadamente en un boliche abarrotado, lo que llevó a los aterrorizados clientes a buscar refugio corriendo por las pistas y saltando a las máquinas de pinos, según los reportes de prensa. Los clientes de un bar local también se convirtieron en blanco de los disparos, y ocho personas resultaron muertas.
Los habitantes de Las Vegas están demasiado familiarizados con esta depravación.
“Mucha gente cree que el mal no existe”, escribió el ensayista Lance Morrow para The Wall Street Journal. “Esa opinión es especialmente común entre los racionales e ilustrados, que insisten en que los acontecimientos siempre tienen una explicación científica, clínica o política. Se equivocan. El mal es real”.
Cuando la luz dio paso a la oscuridad el jueves, Card seguía en libertad, objeto de una intensa persecución policial. Lewiston fue cerrada, y los residentes aterrorizados permanecieron en sus hogares.
Surgieron detalles sobre el sospechoso. Card era especialista en suministro de petróleo en la Reserva del Ejército y un “tirador experto”, según sus amigos. Pero últimamente había tenido problemas de salud mental. Su cuñada declaró al Journal que había recibido atención psiquiátrica el verano pasado después de que empezara a escuchar voces.
“Empezó a creer que podía escuchar a la gente decir cosas horribles sobre él” a través de sus audífonos, le dijo al periódico. “Estaba convencido de que la gente decía cosas horribles a sus espaldas. Intentamos convencerlo de que no era así”.
Los legisladores de Maine aprobaron en 2019 una ley que permite a la policía retirar temporalmente las armas a quienes un juez considere una amenaza para sí mismos o para los demás. Se supone que los proveedores de atención a la salud deben notificar a las fuerzas del orden sobre los pacientes que pueden ser un peligro. Parece que Card -aunque claramente preocupado- se escabulló de esta salvaguarda prevista.
Habrá repercusiones. Pero ahora es el momento de rezar para que Card no haga daño a más inocentes y de llorar a los hombres y mujeres asesinados sin sentido en el último tiroteo masivo del país.
En cierto modo, Estados Unidos está en crisis. En las últimas generaciones hemos asistido a una erosión de la familia y la comunidad, a un colapso de las normas sociales y a una explosión de comportamientos aberrantes. Los partidistas tendrán ideas contrapuestas sobre a quién culpar de esta degeneración, pero la enfermedad es aterradoramente evidente en las muchas almas enfadadas, perdidas y atribuladas -principalmente varones jóvenes- que creen que su único camino para avanzar en la vida pasa por el asesinato en masa.
Esto es, simple y llanamente, el mal.