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Miles de mujeres inundaron la plancha del zócalo de CDMX como un tsunami

Como la ola de un tsunami que arrasa con todo, así llegaron miles de mujeres a la plancha del zócalo la tarde del domingo 9 de marzo, arrasando con todo. Inundando la plaza principal de la capital mexicana de morado y verde. De gritos e insignias. De hartazgo y furia. De pena y dolor. De fuerza y valor.

La energía de esta ola inmensa encontró su nacimiento en el Monumento a la Revolución donde miles de mujeres se concentraron para dar un grito de ¡ya basta!, a los feminicidios, a las desapariciones, a los abusos, a la desigualdad, a la impunidad y al machismo.

Los medios de transporte se abarrotaron de mujeres que querían unirse en la lucha, se organizaron en contingentes y dejaron en la vanguardia a las mujeres más importantes del movimiento: las víctimas directas de esta violencia lacerante, madres que perdieron a sus hijas. Hijas que perdieron a sus madres.

Detrás de ellas, las mujeres con discapacidad, las madres con hijos menores de 12 años, contingentes feministas, y en la retaguardia contingentes mixtos, integrados por sindicatos, organizaciones políticas y hombres.

A las dos de la tarde la “olla express” explotó y comenzó la movilización femenil más grande que se ha visto en la historia de la Ciudad de México. El contingente avanzó con decisión sobre avenida Juárez. Mujeres por todos lados, adelante, atrás, izquierda, derecha. Terminantes a ser escuchadas y sí que lo hicieron, el momento se volvió ensordecedor. Una consigna tras otra, una denuncia tras otra, un llamado tras otro. La energía apenas se les agotaba.

Todos los comercios de la vía habían cerrado sus puertas y algunos monumentos lucían resguardados con vallas, tal fue el caso del Hemiciclo a Juárez, el Palacio de Bellas Artes, la Secretaría de Relaciones Exteriores, el Hotel Hilton. De poco les sirvió, pues la ira de las más radicales no tuvo intenciones de perdonar espacios, así, como las olas del mar.

Comenzó el discurso. Madre tras madre, cada una con la fotografía de su hija muerta impresa en una lona. Sandra, Nancy, Ericka, Ingrid, Norma, Guadalupe, Lucero, Estefanía, Blanca, Mariana, María. No alcanzaría el tiempo. Ellas se tomaron casi cuatro horas. Nombre tras nombre. Dolor tras dolor. Y el grito más empático de miles a una sola voz: “¡No estás sola, no estás sola, no estás sola!”

El movimiento pacífico ocurrió ahí. Luego vinieron las encapuchadas, que empecinadas con sacar su coraje de la peor forma, comenzaron a derribar las vallas que protegían la Catedral Metropolitana. Rompieron lámparas y herramientas del equipo de producción que había llevado a cabo el festival “Tiempo de mujeres” un día antes.

Pero eso no sació su hambre de furia, eso solo la hizo más grande. Y así, mientras las madres de hijas asesinadas contaban su tragedia. Las encapuchadas se fueron contra Palacio Nacional y de pronto…¡Bum! Una bomba molotov.

El acto llamó la atención de todo el contingente, pero cuando apenas se recuperaban, explotó otra y luego otra y otra más. Todas a unos metros de las puertas del recinto, donde había policías resguardando.

Elementos de la Brigada Humanitaria Marabunta corrieron a rescatar a las heridas. Algunas mujeres salían del bullicio con quemaduras en los brazos y cara. 19 heridas fueron el reporte final de la brigada.

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