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Agente de la Policía Metropolitana va a Israel a unirse a las FDI

La mesa de la cocina está preparada para la guerra.

Junto al tazón de caramelos de Halloween, el equipo de combate –cuchillos, pistolas, chalecos antibalas– rodea los M&M y los Snickers.

Los preparativos de un soldado están en marcha.

Ariel Salley coge una Biblia hebrea y la sostiene con el mismo cuidado que la mano de un niño.

“Esta es importante para mí: va conmigo al trabajo”, dice el agente del Departamento de Policía Metropolitana de Las Vegas desde su comedor un viernes por la tarde, de pie junto a un cartel colgado en la pared en el que se lee “Deber, honor, valor”. “La recibí cuando juré por primera vez para el servicio militar”.

Señala un emblema en su portada de una espada envuelta en una rama de olivo dentro de una estrella de David.

“Este de aquí es el símbolo de las FDI”.

FDI es la sigla de las Fuerzas de Defensa de Israel.

En 2009, Salley, oriundo de Las Vegas, se trasladó a Israel, donde nacieron sus padres, y terminó el bachillerato en el extranjero para alistarse en las FDI en cuanto pudo.

Finalmente, se convirtió en francotirador, sirviendo en la Operación Borde Protector, la guerra de 2014 en Gaza.

Siguiendo como reservista en las FDI, Salley regresó a su ciudad natal en 2017, uniéndose al LVMPD unos años más tarde, su madre permaneciendo en su país natal.

El 6 de octubre, Salley estaba trabajando en el Primer Viernes, patrullando la reunión mensual de arte en el centro de la ciudad.

Estaba de buen humor; su cumpleaños era el sábado, y acababa de regresar a casa de visitar a su familia en Israel el día anterior.

Y entonces su teléfono empezó a explotar.

Durante una pausa para beber agua, revisó qué pasaba.

Israel estaba siendo atacado.

“Pude ver todos los mensajes de texto de mi madre que decían: ‘Eh, están cayendo misiles. Están cayendo muy cerca de casa. La casa está temblando’”, recuerda Salley. Estamos bien, en el refugio antiaéreo, pero quería que lo supieras”.

A las 6:30 a.m. del sábado 7 de octubre –que eran las 8:30 de la noche anterior en hora de Las Vegas– los terroristas de Hamás empezaron a disparar más de dos mil cohetes contra Israel, incluido el corazón del país, apuntando a ciudades como Tel Aviv y Jerusalén, no muy lejos de donde vive su madre.

La ubicación de los ataques sobresaltó especialmente a Salley.

“Cuando empecé a darme cuenta de que esos misiles iban dirigidos al centro de Israel, me di cuenta de que algo grande se avecinaba”, dice.

Su instinto resultó terriblemente clarividente: Hamás no tardó en lanzar un bárbaro ataque terrorista que masacró a civiles judíos.

Salley se puso en contacto con las IDF al día siguiente, preguntando si le necesitaban para ayudar a defender el país.

La respuesta fue rápida.

“Inmediatamente, sin dudarlo: ‘Sí, usted tiene órdenes de emergencia’”, recuerda Salley. ” ‘Soldado, regrese’”.

Una muerte, un nuevo sueño

Fue una tragedia familiar la que engendró a un soldado.

Ariel Salley está mirando una foto en la pared de su salón, una imagen de él en uniforme militar, de pie con su padre junto a una tumba.

La tumba pertenece a su hermano.

En 2006, Salley perdió a su hermano mayor, Yoni Salley, a causa de la adicción a las drogas.

El objetivo de Yoni en la vida era alistarse en las FDI, algo que estaba a punto de hacer en el momento de su muerte.

Era una tradición familiar, ya que su padre y sus dos abuelos también habían servido.

Tras la muerte de Yoni, también se convirtió en el objetivo de Ariel.

“Fue en ese momento cuando me di cuenta de que quería alistarme en el ejército israelí”, dice Salley. “Voy a completar el sueño que tuvo mi hermano, que esencialmente se convirtió en mi sueño a partir de entonces”.

Salley hizo realidad ese sueño y algo más.

Se ganó un puesto en la Brigada Golani, una unidad conocida por su destreza en el combate pesado.

“Saben que cuando nos destinan, es la hora de la verdad”, dice Salley.

Señala con un gesto una boina marrón que hay sobre la mesa de la cocina, distintivo de dicha brigada.

Ganarse el derecho a llevarla no es fácil.

“Tuve que caminar 80 kilómetros en 16 horas, lo que equivale aproximadamente a 50 millas, para recibir esa boina”, dice. “Nunca he querido rendirme más, nunca he querido decir: ‘Renuncio’. Pero seguimos adelante. Y lo conseguimos”.

En 2014, estuvo en primera línea de la Operación Margen Protector, el último gran conflicto en la Franja de Gaza, luchando durante dos meses, ayudando a destruir los “túneles del terror” que Hamás había hecho bajo Gaza.

Cuando Salley regresó a Las Vegas tres años después, era casi un hecho para él unirse algún día a la LVMPD.

“Era importante para mí volver y estar ahí para la gente, como mi hermano no estuvo”, explica. “No digo que las fuerzas del orden no le dieran a mi hermano una oportunidad o ayuda de ese tipo, simplemente mi hermano no tuvo el tiempo suficiente para recibir esa ayuda.

“Para él era un caso perdido”, continúa. “Fue adicto al OxyContin durante muy poco tiempo antes de perder la vida. Así que quería estar aquí para tratar de cortar eso, y salir y ayudar a la gente. Eso es lo que quería hacer. Por eso volví”.

Unirse al combate

Su madre se opuso al principio.

Protege a los judíos en Estados Unidos. Quédate allí. Mantente a salvo.

Salley se confiesa un niño de mamá, y su relación con su madre es estrecha e inquebrantable.

Cuando murió su hermano, los padres de Salley se divorciaron, y él vivió casi siempre con su madre, forjando un poderoso vínculo.

“Puedo decir con orgullo que es mi mejor amiga”, afirma.

Salley es un tipo duro –véase la parte en la que se pasó más de medio día seguido montando equipos– y de complexión robusta, pero cuando recuerda la noticia que le dio a su madre de que se reincorporaba a las IDF, se ablanda visiblemente.

“Cuando le dije: ‘Vuelvo a casa para combatir, fue difícil. Fue muy difícil”, reconoce Salley. “Sus declaraciones iniciales fueron: ‘Por favor, quédate allí. Por favor, no vengas’.

“Y rápidamente pasó a: ‘Mamá, ya voy’”, continúa. “Podemos ayudarnos mutuamente, o lo haré por mi cuenta’. Enseguida entendió dónde estaba mi corazón, dónde estaba mi mente”.

El domingo por la mañana temprano, Salley embarcó en un avión que aterrizaría en Tel Aviv, haciendo el viaje de 7,300 millas para unirse a sus compañeros soldados en el combate por su país.

Es un pasaje de ida; Salley no sabe cuánto tiempo estará fuera.

Dejará muchas cosas atrás: su novia, su querido pitbull, sus compañeros policías que le han dado su bendición, habiéndole organizado una fiesta de despedida la noche anterior.

Ellos entienden de dónde viene Salley.

“Como policía, estás en peligro”, dice. “Tienes que tener la cabeza en un pivote. No sabes si vas a volver a casa al final del día.

“¿Todo por qué?”, pregunta. “Por amor a nuestro país, por amor a nuestra ciudad, a nuestra comunidad, a nuestra gente. Por eso hacemos lo que hacemos. Para que no lo cuestionen. Lo entienden mejor que nadie, que esto es lo que hay que hacer”.

Pero, ¿por qué es tan importante para él hacerlo?

¿Por qué Salley se siente tan obligado a dejar una vida –una buena vida, una vida plena– a la que quizá no pueda volver nunca metiéndose de lleno en la guerra?

Porque, como él mismo explica, un ataque a Israel no es solo un ataque a un país, es un ataque a una identidad. Su identidad.

“El judaísmo, aunque es una religión, no es solo una religión. Es un sentido de quién eres. Es una característica”, dice Salley. “Hemos sido esclavizados. Hemos participado en genocidios. Ahora mismo, los líderes de Hamás están diciendo: ‘Maten a todos los judíos’, simplemente por lo que somos. Como judío, naces con esto.

“Hay muchos países musulmanes; hay países cristianos; solo tenemos un país judío”, continúa. “Y ese es Israel. Y ese es nuestro hogar. Soy un estadounidense orgulloso. Y amo a Estados Unidos. Pero Israel también es mi hogar”.

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