Rosita Castillo,

El pánico y los mitos relacionados con el contagio y transmisión del Sida, nacidos en el furor de la epidemia, son cosas del pasado. Eran ideas de entonces, de finales de los 80’s; no obstante, hay quienes aún creen que el portador del virus HIV es un sentenciado a muerte. Rosita Castillo ha dedicado gran parte de su vida a la concientización pública de esta enfermedad y a educar sobre los muchos otros mitos existentes en torno a la sexualidad.

Abuela de Lorenzo y Homero, a quienes considera sus grandes amores, madre de dos hijas: Reyna María y Krystal, Rosita es la hija de Doña María Paz y es además un ejemplo de valor y audacia sin par. Es una mujer capaz de aventurarse por entre los callejones de Seattle, a donde los adictos solían compartir las jeringuillas que propagaban el HIV, y armada solamente de su poder de convicción, lograr reformar la conducta y cambiar los hábitos de ese grupo marginal.

Pero más allá de su trabajo, existe otra Rosita: la voluntaria, la solidaria, la amiga.

Una Rosita que al ver a un semejante desahuciado y rechazado por su familia, decide adoptarlo y velar por que se cumpla su último deseo: tener un final digno, lejos de la fosa común donde se arrojan las almas que no tienen dolientes. Rosita con sus propias manos le teje a José, agonizante, una colcha de lilas y rosas y se ocupa de llevar su cuerpo a la catedral para el póstumo adiós. Cuando a José le alcanzan las fuerzas, ella lo lleva a comer a su restaurante favorito. Y por eso antes de marcharse él le pide un deseo más:” Rosita, talla sobre mi tumba una rosa en honor de tu nombre.”

Y es esa flor sobre la piedra silente la que habla del amor de esta buena samaritana, y es un símbolo que permanece para demostrar que antes del título de trabajadora social, antes de los galardones dados por la Cruz Roja y antes de sentarse en las sillas de los ministerios de salud, antes de todo eso, Rosita ya abría su hogar en medio de la noche para dar refugio a una mujer abusada; o se iba a la penitenciaria de Walla Walla a servir a aquellos a quienes el sistema continúa negando el derecho de protegerse sexualmente.

A pesar de los años transcurridos, a la oficina siguen llegando cartas de uno que otro presidiario dando las gracias por el apoyo que Rosita le prestó. Y años y años después de unas charlas, todavía llegan llamadas de personas salvadas gracias al descubrimiento temprano de un cáncer en el seno o un cáncer cervical.

Algunas de esas llamadas son el resultado de una cadena de voces: la voz de una promotora entrenada por Rosita, o de una voluntaria, o de una vecina que la escuchó por la radio.

-¡Pasen el mensaje!-les dice.

Y el mensaje ha pasado de boca en boca, tocando a miles de oyentes. Y en ocasiones ha llegado a tiempo a los oídos de un inmigrante transgénero, de una madre hispana, de un adolecente a quien este conocimiento le salva la vida. Y de ahí que su mantra sea la frase: “El conocimiento da poder.”

¡Y es por darnos de ese poder que hoy la celebramos!

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