Realeza, un mal necesario

Son miles las personas que se manifiestan hoy en día en contra de las monarquías. Que si pasadas de moda, que si obsoletas, que si se traduce en una bola de mantenidos con ínfulas de superioridad. La verdad es que hay tantos argumentos contra la imagen y significado de los pocos monarcas que aún existen, como curiosidad y morbo ante sus vidas y secretos.

La prueba de que los reyes, princípes y princesas pueden llegar a ser un mal necesario, es lo que acaba de pasar con el heredero a la Corona Británica. El mundo entero tenía los ojos puestos en el hospital donde se supo con anticipación que nacería el hijo del Príncipe William y su esposa, la Duquesa de Cambridge. El lugar estaba abarrotado de periodistas, cámaras y micrófonos a la espera de que hubiera noticias sobre el nacimiento real.

El día en que nació el bebé yo estaba viajando. En la fila para entrar al avión, el hombre detrás de mi le decía a otro que no podía creer la ridícula euforia levantada por la noticia del nacimiento de un bebé. El otro le respondió que estaba de acuerdo, pero que confesaba que él estaba siguiendo la historia por pura curiosidad. El que primero se quejó sonrió y dijo “bueno, no es que yo no quiera saber nada, pero igual me parece ridículo…en qué me afecta a mí que ese niño nazca o que pase algo con ellos? En nada!”

Tiene razón. No nos afecta en nada a nosotros, pero bien que nos gusta saber cada detalle de su glamorosa y misteriosa vida.

Personalmente creo que aunque no nos afecte, el hecho de que el mundo aún tenga monarcas, nos recuerda que hay un pasado, una historia y una tradición. Veo en esos reyes, príncipes y nobles el último rezago de un pasado del que no podemos desligarnos como sociedad.

De hecho, hay que verlo de otro modo. Nos negamos tanto a dejar morir esa imagen real, que inventamos concursos para coronar mujeres y hasta hombres con cualquier pretexto.

Mientras en Inglaterra, España o Mónaco, las coronas se heredan con tradición, documentos y cláusulas, en el resto del mundo las asignamos con una cara bonita, medidas corporales específicas, un talento especial y un poco de suerte.

Así que no hay que negarlo. Nos gusta la realeza, sea la de verdad o la que inventamos. Nos gusta saber qué hay detrás de un trono, y de una corona; digan lo que digan, tenemos que reconocer que George Alexander Louis, el nieto de la famosa Princesa Diana nos recordó que la realeza es un mal necesario.

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