Mi hija Estefanía me tenía loca para que viéramos la película “La pequeña princesa”. Es sencillamente una joya. Sobre todo, una gran lección de educación infantil. Aún hoy, mucha gente sigue pensando que educar es amarrar, encadenar y poner límites tan rígidos como los que hay en ese internado adonde llevan a la pequeña princesa. Más que un centro educativo es un cuartel de la guardia, no un lugar para enseñar.
Tristemente, existen “educadores” con esas ideas tan arcaicas y dañinas. Yo, que crecí en un internado, puedo dar fe de ello: son, por lo general, anti-educativos por naturaleza. Al punto de que aún hoy odio los ambientes muy rígidos y los horarios muy marcados.
Los seres humanos no pueden crecer ni desarrollarse en ambientes así. Y los niños, mucho menos, porque necesitan afecto, amor, libertad, seguridad y reglas flexibles. O sea, reglas, no garrotes.
Es necesario entender que educar es guiar y ayudar al otro para que sea una persona única, creativa, respetuosa con los demás, considerada, flexible, responsable, trabajadora, que sepa dar y recibir afecto, que aporte cosas positivas a la sociedad y a su familia, que se mantenga abierto a los cambios de su medio ambiente, con valores universales, tales como la honestidad y la solidaridad.
Quisiera que alguien me explicara, como si yo tuviera cinco años, cómo diablos vamos a crear seres humanos así en ambientes rígidos e inhumanos.
Otro aspecto hermoso es cómo se destaca la importancia de pensar positivo, de usar nuestra imaginación, de ser perseverantes y no dejarnos destruir por los problemas y las adversidades.
Los niños necesitan desarrollar sus potencialidades. Para ello, debemos permitirles usar libremente su imaginación, educar de manera agradable y de acuerdo a su edad. La combinación de educación-aburrimiento hace tiempo que es obsoleta, pero tristemente se sigue practicando.
Parece increíble que en pleno siglo XXI, muchas personas siguen considerando el color de la piel como determinante para “colocar” a las personas en roles o verlas como seres de segunda categoría. Decía Virginia Satir que Occidente está obsesionado con los roles. Catalogamos a los seres humanos según su rol. Se cree, por tanto, que un artista o un presidente es alguien muy importante, pero que una persona que nos sirve es de poca importancia. Nada más lejos de la verdad.
Valemos por lo que somos como seres humanos, no por lo que tenemos o por lo que hacemos. Que la fuerza los acompañe.
“La pequeña princesa” es hermosa, llena de buenos mensajes, plena de ternura y afectividad. Véala con sus hijos, y después hable del tema con ellos. Si lo hace, tendrá la oportunidad de crecer y disfrutar. Se la recomiendo a todo el que se llame maestro, a los que tienen colegios, a los “enganchados” a directores de escuelas y a los de la vieja guardia, que creen saberlo todo. Después de verla, descubrirán su atraso, ¡de más o menos cien años!