Tal como me enseñaron en la escuela de periodismo, lo que uno ve suele ser más importante que lo que uno escucha. De manera que decidí bajar el volumen del televisor durante gran parte de la Convención que proclamó a Donald Trump como candidato presidencial republicano, y tomar notas de lo que veía. A continuación, mis observaciones visuales.
En primer lugar, la convención fue un océano de caras blancas. El público parecía el reflejo de un Estados Unidos uniformemente blanco que hace mucho tiempo que dejó de existir. Sí, claro que había algunas caras negras, asiáticas y latinas en la audiencia, pero eran tan pocas que las cámaras televisivas parecían regresar todo el tiempo a las mismas, como si no pudieran encontrar otras en la muchedumbre.
Y efectivamente, es probable que así fuera: solamente había 18 negros entre los 2,472 delegados a la convención, según reportó el Washington Post el 19 de julio.
No es de extrañar que Trump tuviera tanta dificultad en atraer a más minorías a su coronación como candidato: sólo el 6 por ciento de los estadounidenses afroamericanos planean votar por Trump, según una encuesta de NBC News-Wall Street Journal. En Ohio, donde tuvo lugar la convención, el porcentaje de afroamericanos que planean votar por Trump es cero, según el mismo sondeo.
Entre los hispanos, a Trump no le va mucho mejor: sólo el 11 por ciento de los votantes latinos tiene una opinión favorable de él, según una encuesta de Telemundo.
En comparación, el entonces candidato republicano George W. Bush recibió el 40 por ciento del voto latino en el 2004, John McCain recibió el 31 por ciento en el 2008, y Mitt Romney recibió el 27 por ciento en el 2012.
En segundo lugar, la nominación de Trump pareció sacada de un manual de culto a la personalidad. En su primera comparecencia en la convención, el lunes, la silueta de Trump emergió lentamente de detrás de una pantalla blanca en medio de una nube de humo, como una versión hollywoodense de Moisés bajando de la montaña con las Tablas de la Ley. A medida que avanzaba, las máquinas de humo y la música se detuvieron, y el público explotó en una ovación.
En tercer lugar, la ceremonia pareció una fiesta de familia. Mientras en la mayoría de las convenciones políticas el candidato se presenta únicamente la última noche, Trump estuvo presente en primera línea todas las noches.
Y la mayoría de los otros discursos más importantes –en horario estelar de televisión– fueron asignados a su esposa Melania y a sus hijos Tiffany, Donald Jr., Eric e Ivanka, o a empleados de las empresas de Trump.
Puede que esto se haya debido a que muchos de los grandes nombres del Partido Republicano –como Bush, McCain y Romney– no asistieron a la convención, en una clara señal de protesta en contra de la nominación de Trump. La otra explicación es que se debió a que Trump, quien se ha casado tres veces, necesitaba desesperadamente proyectar una imagen de hombre de familia.
En tercer lugar, si uno miraba los carteles que alzaba el público, todos contenían la misma palabra: again, o de nuevo. Haciéndose eco del lema de campaña de Trump, rezaban: Hagamos a Estados Unidos grande de nuevo, o Hagamos a Estados Unidos fuerte de nuevo.
Los carteles pedían el regreso a un supuesto pasado idílico de Estados Unidos. ¿Se refería ese de nuevo a los tiempos antes de que las mujeres, los negros y los hispanos podían ser elegidos presidentes? ¿O a los tiempos en que la última administración republicana dejó a Estados Unidos en bancarrota, en el 2008? Trump, cuyo discurso de aceptación fue el más largo de la historia reciente en las convenciones republicanas, todavía no nos ha explicado bien a qué se refiere con su de nuevo.
Mi opinión: mirando gran parte de la convención republicana con el sonido del televisor apagado, para concentrarme mejor en lo que podía ver, me pareció la coronación de un máximo líder. Fue un gran despliegue de culto a la personalidad, y un mal presagio de lo que podría ocurrir si Trump gana las elecciones.