El presidente chileno Sebastián Piñera dejará su cargo el 11 de marzo con un alto índice de popularidad y uno de los mejores desempeños económicos de Latinoamérica. Así que cuando lo entrevisté pocos días atrás, sentí curiosidad por preguntarle cuál fue su receta, y por qué — con cifras macroeconómicas tan buenas — la oposición ganó abrumadoramente las elecciones del 15 de diciembre.
Piñera, un empresario multimillonario de centro derecha, dejará un país con un crecimiento anual de más del 5 por ciento, un índice de inflación del 3 por ciento anual y un ingreso per cápita que aumentó de $15,000 al año cuando asumió la presidencia a $20,000 anuales en la actualidad.
En comparación, se calcula que Argentina y Venezuela crecerán menos del 2 por ciento este año, tienen índices de inflación anuales del 28 y el 56 por ciento respectivamente, y sus ingresos per cápita son menores que los de Chile.
“Chile hoy día está más cerca que nunca en su historia de poder dejar atrás el subdesarrollo, de poder derrotar la pobreza y de integrarse al Primer Mundo, que es adonde queremos llegar”, me dijo Piñera en una entrevista.
Atribuyó el éxito de Chile a diversos factores, incluyendo “la democracia, a la estabilidad, a la sabiduría con que hemos logrado encontrar diálogos y acuerdos, pero también gracias a la economía social de mercado, al libre comercio” y a una visión “no de confrontación con el mundo desarrollado, sino todo lo contrario”.
Piñera señaló que le tocó gobernar en tiempos difíciles. Cuando asumió la presidencia en 2010, el mundo estaba en recesión, las economías de Estados Unidos y Europa estaban en serios problemas, y un devastador terremoto había azotado a Chile apenas 11 días antes del inicio de su presidencia.
¿Y qué opina de la crítica de que la economía chilena está creciendo, pero que también ha aumentado la desigualdad, y que la pobreza no ha disminuido drásticamente? le pregunté.
“Hemos logrado reducir la pobreza y reducir las desigualdades”, dijo. “Tome cualquier indicador de pobreza y desigualdad, ya sea los que hacen los organismos internos, las universidades chilenas, la propia Comisión Económica para Latinoamérica de las Naciones Unidas (CEPAL), y se va a dar cuenta de que la pobreza que había estado estancada en el gobierno anterior, durante este gobierno ha caído. Eso está fuera de toda discusión”.
Según Piñera, “esa crítica de que ‘el modelo chileno’ es bueno para crecer, pero es malo para reducir la pobreza, no es consistente con la evidencia”. La pobreza en Chile ha caído gradualmente del 40 por ciento de la población en 1990 al 14 por ciento actualmente , según cifras de las Naciones Unidas.
Entonces, si las cosas andan tan bien, ¿por qué la coalición de oposición liderada por la presidenta electa Michelle Bachelet ganó las elecciones por una mayoría abrumadora?, le pregunté.
“Bueno, la democracia tiene sus misterios”, respondió Piñera, sonriendo. Bachelet “es una formidable candidata, tiene muchas cualidades y virtudes humanas, muchas de las cuales se las envidio”. Agregó que “nuestro sector cometió errores”, como haber tenido cuatro candidatos presidenciales en los últimos meses antes de las elecciones.
Además, lo que le ocurrió fue muy parecido a lo que pasó al final de la presidencia de Bachelet en 2010, dijo Piñera. Bachelet dejó el cargo con un alto índice de popularidad, pero el candidato de su coalición —Eduardo Frei— perdió las elecciones. “La historia se repite” dijo Piñera, encogiéndose de hombros.
Cuando le pregunté sobre su reciente viaje a Cuba, donde participó en una cumbre de países latinoamericanos y fue el único presidente que se reunió con los líderes de la oposición en la isla, Piñera dijo que se siente muy feliz de haberse reunido con la líder de las Damas de Blanco, Berta Soler. “Me pareció que era lo justo, lo adecuado”, dijo Piñera.
Mi opinión: No me sorprende que Piñera deje la presidencia con un índice de aprobación del 49 por ciento, el más alto de su mandato. Aunque es un hombre bastante seco que no tiene la simpatía natural de muchos políticos, Piñera tiene una inteligencia excepcional que le ha servido para continuar y repotenciar el éxito económico de Chile (un mérito que, por cierto, comparte con varios gobiernos de centro-izquierda que lo precedieron).
El crecimiento de Chile debería ser un buen ejemplo para el resto de Latinoamérica: demuestra que una democracia con alternancia en el poder, una prensa independiente, una economía de mercado y ganas de integrarse —en lugar de confrontar— al primer mundo, logra reducir la pobreza mucho más que los modelos populistas autoritarios como el de Venezuela.
Esperemos que Bachelet, que en los últimos tiempos ha estado más concentrada en señalar los defectos de Chile que de sus virtudes, no pierda de vista el panorama general y mantenga el rumbo.