Las tres últimas palabras de George Floyd antes de morir estrangulado por un policía en Minnesota serán icónicas para toda una generación, marcada por el COVID-19 y la angustia económica. Más o menos así lo describió hace unos días Vanessa Rubio, en una reflexión llena de dolorosa exactitud.
Para México especialmente, hay que añadir.
Otra mujer, respetada y brillante como la anterior, Clara Jusidman, cercana del Presidente, advirtió en entrevista que además del hambre y la violencia social que dejará la pandemia, México está en riesgo de una balcanización porque las bandas criminales se están apoderando de territorios completos.
(Es injusto el término balcanización, porque varios de los países unidos por esa cordillera –dice Claudio Magris– son ejemplo de limpieza, buen gusto, riqueza histórica y elevadas aportaciones a las artes, pero la maestra Jusidman se refiere al desgarramiento cruel de naciones y unidades étnicas).
Miren quién lo dice. No es un opositor tradicional de AMLO, sino una persona admirada por el Presidente, según ha dicho, y de izquierda: Clara Jusidman.
Dijo más en la entrevista con el reportero Eduardo Ortega: es urgente que, ante la emergencia, los sectores sociales, económicos y políticos pacten una estrategia de Estado. Y si el gobierno no quiere llamar a ese pacto, que lo haga el poder Legislativo o el Judicial.
Es que, afirma, “no se ha medido la magnitud del desastre en que estamos y que se va a profundizar en los próximos meses. Hay riesgo de perder la planta productiva”.
Buenas intenciones de la maestra Jusidman, pero irrealizables sin el concurso del poder Ejecutivo.
Lo que le sucede a la ex jefa de López Obrador es lo mismo que le ocurre a decenas de millones de mexicanos. Presa de la angustia por el derrumbe del país y la indiferencia presidencial, exclama a su manera: “no puedo respirar”.
Vanessa Rubio, senadora y ex subsecretaria de Hacienda, nos alerta que por las malas decisiones económicas que arrastramos desde el año pasado nos van a bajar la calificación soberana y aumentará el monto de la deuda.
Los enfermos de COVID-19 carecen de ventiladores, porque no nos preparamos. Muchos mueren. No pueden respirar.
El dinero no se gasta, ni se gastará, en infraestructura hospitalaria, en protección social, promoción del empleo e impulso al crecimiento, sino en una refinería inútil y un tren que pasará por la selva virgen impulsado por diesel y sin manifestación de impacto ambiental.
A lo anterior le llaman Cuarta Transformación. Otra vez Floyd: “no puedo respirar”.
Para hacer frente a la crisis el gobierno ha destinado apenas el 0.6 por ciento del PIB en estímulos fiscales. Es el segundo más bajo del continente, sólo por encima de Bahamas. Aunque ahí sólo se han registrado 11 muertes por coronavirus, y en México casi 16 mil.
La economía va a caer -7.8 por ciento este año, pero el gobierno no mueve un dedo.
Con los que perdieron su ingreso en abril, 12.5 millones de personas, se demuestra que la ausencia de apoyos del gobierno mató a las microempresas. Y en marzo –antes del confinamiento– el consumo tuvo su peor caída desde la crisis global de 2009, por el deterioro del mercado laboral.
La inversión fija bruta (la que realiza el sector privado en obras) se desplomó en marzo 11.1 por ciento, que es la mayor caída en una década. Ocurrió antes de la crisis del coronavirus. ¿Por qué? Se perdió la confianza en el gobierno.
¿Qué hace el gobierno para que vuelvan a confiar los inversionistas?
Permite que vándalos afines a su causa rompan coches a pedradas y destrocen vidrios y fachadas de “edificios de los ricos”, además de cerrar obras millonarias en inversiones y generadoras de empleos y actividad comercial.
Ahí está la consecuencia de un gobierno que asfixia a los ciudadanos.
George Floyd: “no puedo respirar”.