Hoy en día, a los padres les ha tocado ocuparse personalmente de la educación de sus hijos, y las sorpresas no se han hecho esperar. Para Nehemiah Frank, un periodista de Tulsa (Oklahoma) que tomó bajo su responsabilidad la educación de su sobrino Caillou, fue desconcertante encontrar que el niño de cinco años de edad tenía dificultades para hablar, no podía recitar el alfabeto ni tampoco reconocer o escribir palabras simples y comunes para cualquier estudiante de kindergarten.
En una entrevista para The74 million.org, el consternado tío dijo: “Por casi un año su condición ha pasado desapercibida. De no ser por la pandemia, quién sabe cuánto tiempo hubiera transcurrido sin que nadie se diera cuenta”.
Mientras tanto, Ángela Pettie también notó con sorpresa como su hijo podía completar en un par de horas un número de asignaciones que, normalmente, toman en la escuela varios días. El chico en cuestión es un estudiante de la raza negra en una de las escuelas intermedias del oeste de Phoenix.
Con regularidad, su maestra se quejaba de sus problemas de conductas. De no haber sido por el coronavirus, dice Ángela, “me habría quedado con la impresión de que mi hijo no era más que otro estudiante problemático”. Esa idea ha sido reemplazada por un nuevo entendimiento. Ahora sabe que el niño es tan inteligente que se hastiaba en clases.
Dada la rapidez con la que suele avanzar, el ritmo de un salón de clases regular es demasiado lento para él. De ahí que, al no tener mayores retos, se aburriera y estuviera inquieto. No obstante, como suele ocurrir con los niños negros, es más lo que los padres escuchan de sus conductas, que lo que escuchan de sus habilidades y éxitos académicos.
Así, los padres o adultos a cargo de la educación de los millones de estudiantes están experimentando un rudo y acelerado despertar cuando descubren lo muy avanzados o muy atrasados que se encuentran sus noveles alumnos. Esta toma de conciencia viene de la mano con el silencio ensordecedor del sistema escolar, el cual no puede o no quiere admitir cuán inadecuada es la estructura interna que lo gobierna y dentro de la cual algunos niños se quedan rezagados, otros se aburren y muchos no son propulsados hasta al límite de sus posibilidades.
Ante la evidencia de la ineficacia de estas estructuras, personas como Ángela y Nehemiah han optado por subir o bajar de grado a los chicos, exponiéndolos a material adecuado en función de sus capacidades. Por ejemplo, Ángela, desafía a su hijo con contenido de grados superiores, hasta que observa que ha alcanzado un punto en el cual ni se aburre ni está perdido.