El obispo de Roma: en espera de un milagro
septiembre 25, 2015 - 3:31 pm
Este ha sido descrito como el viaje más político del Papa Francisco y con justa razón. En su primera escala, en la isla hermana de Cuba, miles esperan que la visita del Papa permita que los cambios que han dado paso al proceso de retomar las relaciones diplomáticas y hasta cierto punto económicas entre Estados Unidos y la nación caribeña salpiquen al pueblo cubano, sediento de mayores libertades y oportunidades. Después de todo, el Papa Francisco fue mediador en el acercamiento entre La Habana y Washington.
Aun visto desde lejos, fue impresionante ver en la Plaza de la Revolución una imagen de Jesucristo en el mismo espacio que el Che Guevara y Camilo Cienfuegos.
En su discurso a su arribo a La Habana, hablando sobre la reanudación de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, el Papa dijo que “es un proceso, un signo de la victoria de la cultura del encuentro, del diálogo, del sistema del acrecentamiento universal sobre el sistema muerto para siempre de dinastía y de grupos, como decía José Martí”.
Luego arribó a Estados Unidos en medio de un hervidero político-electoral donde las divisiones y el prejuicio son la orden del día.
Su primera de tres escalas en Estados Unidos es en Washington, DC, en la mismísima caldera del diablo, un Congreso de mayoría republicana y totalmente dividido donde nada ha progresado, particularmente una reforma migratoria amplia que saque de las sombras a los millones de indocumentados que ven en el Papa a un defensor e intermediario que puede cambiar corazones.
Ahí sí que se necesitaría un milagro, pero al menos muchos esperan que el Papa, de algún modo, ataje la atmósfera tan venenosa y prejuiciosa en que se ha tornado la interna republicana por la búsqueda de la nominación presidencial.
El Papa Francisco es la antítesis del puntero republicano Donald Trump. El Papa es humilde y defiende a los desprotegidos, se ha expresado a favor de políticas migratorias más justas y humanas.
Y habla español. Trump es un capitalista ególatra y arrogante que apela a los sectores ultraconservadores más extremistas y prejuiciosos. Por granjearse su apoyo, no denuncia los excesos de estos sectores. Y como muchos ignorantes, cree que hablar otro idioma –español– es ser menos estadounidense. En vez de unidad, aboga por muros, divisiones y discriminación. Y no es sólo él, pues varios de sus correligionarios proponen lo mismo.
El Congreso de mayoría republicana le ha dado alas a este sector antiinmigrante, y aunque siempre invocan el nombre de Dios y sus enseñanzas, en su caso es sólo teoría.
La semana pasada me enterneció leer en Univision.com un artículo del periodista Jorge Cancino sobre algunos de los inmigrantes que asistirán al discurso del Papa ante la sesión conjunta del Congreso, particularmente la niña Jersey Vargas, que el año pasado fue al Vaticano a pedirle a Francisco que intercediera para que su padre no fuera deportado y no lo fue. Pero sigue siendo indocumentado y está a un paso de la deportación.
“El es muy milagroso y espero que cambie el corazón a todos los republicanos para que aprueben la reforma migratoria”, indicó Jersey.
Muchos esperan el mismo milagro.