Cuando se trata de gastar el dinero de otros, la administración Biden solo tiene un escenario: más, más, más.
Perdida entre los recientes acontecimientos mundiales y la propuesta de gasto de 100 mil millones de dólares de la Casa Blanca para ayuda a Ucrania, Israel y otros lugares, el mes pasado la administración exigió al Congreso que aprobara 56 mil millones de dólares en gasto “de emergencia” para diversas iniciativas nacionales.
Esta petición ocurre después de un gasto anterior de billones que ha desencadenado la inflación más alta en cuatro décadas y ha provocado el aumento de las tasas de interés y dos billones de dólares en números rojos anuales. Pero nunca es suficiente. Sin embargo, mientras los estadounidenses luchan por pagar precios elevados en el supermercado y el surtidor, el presidente Joe Biden sigue desconcertado porque los votantes no hayan abrazado la “Bidenómica”, que claramente implica llevar al país al borde fiscal en un esfuerzo por comprar apoyo político.
El nuevo gasto se disfraza como un esfuerzo para reforzar la ayuda en caso de catástrofe, ampliar los programas de guardería y subvencionar el servicio de internet rural. Pero también incluye dinero para “la reducción del daño causado por los opiáceos, la asistencia energética a hogares de bajos ingresos, la ayuda alimentaria internacional y subvenciones a organizaciones sin fines de lucro relacionadas con la lucha antiterrorista”, señalan Romina Boccia y Dominik Lett, del Instituto Cato.
Ninguno de estos gastos está ni remotamente relacionado con ninguna “emergencia” y deberían debatirse durante el proceso presupuestario normal.
“La excesiva dependencia del gasto de emergencia para cuestiones que deberían formar parte de los debates presupuestarios básicos erosiona la confianza en la capacidad del gobierno para presupuestar de forma responsable y contribuye directamente al reto fiscal a largo plazo”, argumentan Boccia y Lett.
Además, estos gastos adicionales de “emergencia” complican el esfuerzo por proporcionar la tan necesaria ayuda a Israel en su lucha por la supervivencia.
Los republicanos de la Cámara de Representantes deberían exigir que la Casa Blanca acepte recortes de gastos compensatorios para nuevos desembolsos que impliquen carne de cerdo nacional. Como señaló Kimberley Strassel, de The Wall Street Journal, ya es hora de que el Congreso establezca prioridades dentro de un marco presupuestario responsable.
“La mayoría de los republicanos están dispuestos a recortar el gasto interno para reforzar la defensa nacional”, señaló el mes pasado. “Son los demócratas los que se niegan a tomar decisiones -y siguen quebrando la banca”.
El más reciente pedido de “emergencia” del presidente -sin ninguna mención a posibles compensaciones presupuestarias- es una prueba más de que la Casa Blanca ha fracasado rotundamente como administradora responsable del erario público. La deuda nacional ha sobrepasado los 33 billones de dólares, pero Biden y los demócratas del Congreso siguen gastando como si la pandemia aún hiciera estragos en el país, y sin reconocer siquiera que la nación no puede seguir por este camino fiscal.