Es inútil tratar de entender las decisiones y razonamientos del Presidente con los instrumentos del análisis político, pues su conducta como jefe de Estado sólo es comprensible desde otra disciplina, la psiquiatría.
Por si había dudas, ayer (jueves 2 de abril) planteó en su conferencia en Palacio Nacional que la pandemia y la crisis de salud que caen sobre México “nos vino como anillo al dedo para afianzar el propósito de la cuarta transformación”.
Nunca habíamos oído a un jefe de Estado, en el mundo, decir –y pensar– que una desgracia de esa magnitud que trae muertos, enfermos, desempleados y quiebre de empresas venía bien a un proyecto político. Como anillo al dedo para afianzar sus propósitos.
Sólo Dios, en la Biblia, pudo justificar un cataclismo así.
Pero López Obrador no es Dios y no tiene derecho a ver a sus gobernados como los habitantes de Sodoma y Gomorra.
Una eminencia de la psiquiatría mexicana me explicaba que la conducta presidencial manda señales de un problema de demencia vascular, que es la segunda causa de demencia del país, después del alzhéimer.
Es un padecimiento que tiene sus orígenes en la presión arterial alta y se agudiza cuando se viven situaciones de estrés.
La presión arterial alta y el estrés pueden tener un impacto en todos los vasos del cuerpo humano y provocan infartos a nivel cerebral, sin que sean percibidos por quien los padece. No hay pérdida de memoria, sino que se refleja en dificultades para comprender, discernir, pensar bien y tomar decisiones lógicas.
Ese es el proceso que estaría iniciando en el Presidente de la República, y que afecta su buen juicio para tomar decisiones.
La visita al ejido que es cuna del Chapo Guzmán y lugar de residencia de su familia, en el municipio de Badiraguato, no tiene explicación política, pues nadie ganaba nada con eso. Y lo hizo en un momento en que la ciudadanía esperaba a un Presidente concentrado en la crisis de salud, la económica y los efectos de ambas.
Desde que comenzó el apremio por la inminente llegada del coronavirus a México, el Presidente minimizó el tema a pesar de que en otros países las personas morían por miles.
Hacía bromas, recomendaba abrazos, salir a las calles a consumir, repartía besos, encabezaba mítines multitudinarios mientras el equipo de Salud federal advertía de los riesgos de la epidemia y de las providencias que era necesario tomar para no contagiarse ni contagiar.
Pasaron casi dos meses para que tuviéramos una recomendación cuerda de su parte: sana distancia. Y la violó al día siguiente.
En el país ha comenzado a morir personal médico del IMSS por el contacto con gente contagiada a la que hay que atender, y el Presidente no se conduele, sino que considera que esta pandemia “cayó como anillo al dedo para afianzar el propósito de la cuarta transformación”.
Va a morir gente pobre en México porque el Presidente no ordenó una campaña amplia de información, que llegara a los sectores populares, por lo que no se han seguido los lineamientos correctos para evitar contagios.
Salió con eso de los genes especiales de los mexicanos que los hace más resistentes, y sus bufones lo alabaron como un “científico” y que el coronavirus sólo le daba a los ricos.
Eso en un jefe de Estado nos dice, tristemente, que no está en sus cabales.
Los médicos, enfermeras y personal hospitalario trabajan en plena pandemia sin guantes, ni cubrebocas especiales, ni batas impermeables, ni gafas de seguridad, no hay respiradores N95, ni camas.
El Presidente ya solucionó ese problema… en su imaginación. “Estamos preparados”, ha repetido desde que la epidemia empezó a recorrer el mundo. Los sociópatas y perversos tienen una finalidad y una estrategia, y este no es el caso, me explicaba el psiquiatra.
El problema está en otro lado, aunque las consecuencias nos afectan a todos.
Cuidado con el Presidente. Sobre todo cuando los estragos en la economía lo agobien y quiera tomar decisiones “históricas”.