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Condenados a la desigualdad

La reforma educativa ha tenido un frenón a causa de la oposición de la CNTE y López Obrador, por lo que nuestros sueños de un país menos desigual tendrán que esperar.

Resulta irónico que los seguidores de AMLO y de la CNTE sean los que más hablan en contra de la desigualdad, y en los hechos son quienes la perpetúan.

La única manera de tener un país menos escalofriantemente desigual como es el nuestro, es mediante una mejor calidad de la educación para todos, a fin de emparejar el campo de la competencia por mejores sueldos.

Pero AMLO, la CNTE y sus aliados piensan que la desigualdad se resuelve a través del fracasado axioma de quitar a unos para dar a otros.

México es uno de los países más desiguales de la OCDE, y eso tiene su origen en la falta de equidad con que unos y otros entran al mercado de trabajo.

Un joven educado por los maestros de la Coordinadora, o egresado de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, no va a tener jamás las mismas oportunidades laborales que un alumno salido de una escuela privada.

Esa era y es la importancia de la reforma educativa: cargar los acentos en la fuente de nuestra desigualdad, que está en la educación.

Víctor Piz nos enseñaba en su columna del miércoles en estas páginas que de acuerdo con la más reciente medición de los ingresos de los hogares en el país, con todo y polémica, la diferencia de ingresos en las zonas rurales y las urbanas es de casi el doble en favor de las segundas.

Subrayaba Piz, apoyado en los datos oficiales, que los ingresos de los integrantes del decil más rico del país es de 19.8 veces más que el decil más pobre.

En efecto, los que tienen mejores sueldos –o ingresos– superan por 20 veces a los que tienen percepciones más bajas.

Y si nos vamos a los más pobres de las zonas rurales, la diferencia es aún mayor.

Nuestra desigualdad es una vergüenza, y es el caldo de cultivo de la violencia y buena parte de la criminalidad.

Los jóvenes que salen de una mala escuela y quieren tener acceso a buenos tenis, poder aspirar a un coche, invitar a una amiga al cine o a tomar una cerveza, se ven tentados a ingresar al narcotráfico o a otro tipo de delitos porque aspiran a una vida que para muchos de nosotros es normal.

El motor de la desigualdad en el país es la mala educación.

Por eso las naciones con menores brechas entre personas de altos y bajos ingresos son las que tienen mejores sistemas educativos.

Y aquí los que se oponen a mejorar la calidad de la educación son la CNTE, AMLO y compañía, que alimentan sus discursos con los temas de la pobreza y la desigualdad.

Lograron frenar aspectos esenciales de la reforma, y ahora son convocados a discutir un nuevo modelo educativo descafeinado y tenue contra lo que se tenía programado, cuando lo que saben hacer es quemar autobuses, frenar trenes y tomar carreteras en defensa de “la educación popular”.

Lastima a México que CNTE y AMLO quieran imponer su modelo de acotar la desigualdad –quitar a unos para dar a otros–, cuando ha fracasado en todo el mundo. Y que se opongan a mejorar la educación que es el único motor real para tener un país más justo.

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