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Aquí entre nos

Anoche se escucharon gritos detrás de la pared de uno de los cientos de apartamentos localizados al oeste de Charleston boulevard. Llanto desgarrado y chillidos respondieron a una cantaleta de insultos que salían de la garganta furiosa de un hombre e iban dirigidos, dada la especificidad de los epítetos, a su mujer.

De seguido, oímos el inequívoco, hueco tum-tum-¡TUM! de unos golpes y después una pausa, silencio y luego llanto, llanto, llanto. Mientras tanto, en los balcones adyacentes se apagaron las luces.

En las cortinas venecianas, unos dedos recelosos abrían ranuras por donde los testigos contemplaban el abuso, pero nadie sacó la cabeza ni siquiera para pendenciar abiertamente y mucho menos con la intención de intervenir.

De más está decir que la policía no se apareció. Es de suponerse que no la alertó esa señora que fue golpeada ni sus familiares, los cuales llegaron a la escena una media hora más tarde. Ante una situación como esta, usted quizás se preguntará: ¿Y por qué no llamaron a las autoridades? …

Pues bien, hace unos tres años el hijo adolescente de mi vecina, un joven violento con un historial de problemas relacionados al consumo de drogas, atacó a su mamá. Desesperada, de pie en medio de la calle, la señora pidió a gritos por ayuda: ¡Por favor, llamen la policía!, gritó. Así que yo la llamé, creyendo cumplir con el llamado de cualquier samaritana promedio.

Cuando el muchacho vio llegar la policía, se calmó. La madre no presentó cargos y el oficial tocó a mi puerta para hacerme preguntas y luego se marchó. Me encantaría decirles, llegados a este punto, que colorín colorado este cuento se ha acabado, pero no. A la mañana siguiente del incidente, mi carro que se encontraba estacionado fuera del garaje, había sido vandalizado.

El seguro me pidió que hiciera un reporte. La policía regresó para producir el papelito. Cuando le expliqué al uniformado lo que ocurrió el día anterior, y cómo en, mi opinión, era bastante evidente que el acto de vandalismo procedía del hijo de la vecina, el oficial me contestó que no podía hacer absolutamente nada pues yo carecía de evidencias para probar tal alegación.

Nunca antes y nunca después de ese percance otro carro en todo el vecindario ha sido vandalizado.

Durante los meses siguientes, esas personas ya no me saludaban. Mientras vivieron a mi lado no faltaron los rayones sobre la pintura de mi vehículo, las macetas se “desaparecían” del jardín y a mi pobre gato lo hirieron varias veces con perdigones.

De manera misteriosa estos actos (de represalia) cesaron cuando la vecina se mudó. Por eso, si usted me pregunta ¿por qué anoche se quedaron al margen esos testigos que miraban detrás de las venecianas?

Le respondo: porque aquí hemos tenido que aprender a sobrevivir. Porque es humano proteger al prójimo, pero es insensato y peligroso hacerlo cuando los que están obligados a servirnos y protegernos no lo hacen.

Porque gracias a la ineficacia e ineptitud de este sistema, nos estamos convirtiendo en monstruos. Por eso.

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