Los nortemaricanos le dicen Ramen noodles y en México Maruchan y es una sopa de fideos tan popular que la encontramos en su envoltura de plástico cuadriculada y multicolor tanto en los mercados étnicos y como también en los gigantescos super Walmarts.
Además se puede encontrar dentro del microondas de miles de estudiantes que asisten de costa a costa a las universidades, al igual que sobre la mesa de muchos inmigrantes recién llegados a los Estates o no tan just cruzados del río o apeados del avión. Los universitarios la consumen porque se han alejado del nido materno y no tienen quién les prepare un plato calientito y nutricional -como el Señor manda.
Los segundos, simplemente, ejercen su real derecho a ingresar en el ámbito culinario de la exquisita comida de a dólar. Los fideos Maruchan, así secos, ondulados cual melena dominicana, amarillentos y deliosamente cargados de sal, harina y grasa son la opción por excelencia de todo haragán o toda persona muy corta de dinero, de tiempo o corta en habilidades para alimentarse con algo que requiera el cortar y mezclar varios ingredientes alimenticios.
Sin embargo, aún hasta los que saben cocinar o gozan de un alma piadosa que les cocine, pasan por la fase, mejor dicho, ¡por el proceso inexorable! de descubrir y luego consumir en menor o mayor grado cantidades masivas de esta invención china, la cual ha sido distribuida en el globo gracias a los japoneses.
Y es que, aquí entre nos, ¿quién ha osado privarse de la decadente desgustación de un cartón de estos archifamosos fideos? …
Habrá uno que otro que argumente que las siguientes dos palabras: alimenticio y nutritivo, si han de aparecer citadas cerca de la marca en cuestión, sería únicamente en radical oposición a la misma. Para esos misioneros a raja tabla, lectores de Food Matters, asiduos espectadores de documentales en Netflix al estilo Supersize me y otros testimoniales por el estilo, para ellos es un absurdo dedicarle a una sopa instantánea un poco de dulce atención.
Puesto que, según opinan, el acto de embutirse un paquete de Ramen noodles puede describirse de una forma: malo. De hecho, muy malo. Tan malo como comerse un pollo frito del coronel, una hamburgesa de McSabeQuién o unas papas fritas del King-noséqué. Tarde o temprano, el proceso inexorable, la atracción fatal hacia la comida chatarra nos mata, si no la matamos primero. Con suerte, el colesterol, la diabetes, la talla del patalón, las fotos de hace unos años nos hacen recapacitar. Un día nos miramos al espejo y entendemos que no sólo de Ramen noodles vive el hombre. No obstante, antes de ese instante de suprema revelación, nos atragantamos con una sopera repleta de Machuran y con cuanta porquería nos engordamos ¡perdón! encontramos en el camino. Y si usted me pregunta: ¿por qué?
Pues, yo diría ¡que es parte esencial de convertirse en un graduado o en un fiel ciudadano norteamericano!