Ocuparse de lo abstracto cuando lo concreto no ha sido resuelto es difícil, por no decir imposible. A los que procedemos de una cultura de superviviencia, el día a día se nos presentaba con demasiados retos como para que nos sobraran las energías necesarias para emprender proyectos sociales, humanitarios y comunitarios.
De hecho, el servir de apoyo al círculo inmediato nos demandaba tanto, que sólo la cohabitación compasiva se convertía en un proyecto de voluntariado a tiempo completo. Pero aquí, en los Estados Unidos, el sistema nos provee una multitud de soluciones a los problemas de la supervivencia.
Las estampillas o los bancos de comida ayudan a resolver el problema del hambre, el Plan Ocho/Helping Hands/ el Departamento para la vivienda se ocupan – o tratan – de apalear la falta de un techo, en las escuelas los consejeros recolectan útiles escolares y ropa para donársela a nuestros hijos, las bibliotecas públicas facilitan el acceso a una gran variedad de recursos: computadores, búsqueda de empleo, libros, películas, etc. Una vez quedan cubiertas estas necesidades elementales, me pregunto: ¿podemos permitirnos el lujo de dedicarnos a cosas más intangibles?… Creo que sí, porque ¡siempre es más fácil pensar con la barriga llena! No obstante, la inclinación natural tiende a volcarnos del lado hedonista y cuando nos sobran medios y tiempo solemos despilfarrarlos yendo de shopping o dedicándonos a cualquier otra actividad que no se podría describir exactamente como solidaria.
El escritor uruguayo Eduardo Galeano, al definir solidaridad, nos dice: “es horizontal e implica respeto mutuo. Es decir, que ubica a la persona en un trato de igual a igual al que se ayuda, generando compasión y entendimiento de la situación del otro sin ver de menos su condición, aportando y ayudando con la voluntad de las personas.” El concepto, como ven, no requiere explicaciones mayores. A pesar de eso, muy rara vez nos levantemos diciendo: ¡hoy voy a salir a trabajar como voluntario en pos de una causa! A menos que en la iglesia, en la familia o en el entorno cercano se encuentre alguien que ponga el tema sobre el tapete.
La mayoría de nosotros pasamos por este mundo sin pensar en involucrarnos en otra misión que no sea la de vivir nuestra cotidianidad. Sin embargo, a casi todos nos queda un spot en el corazón donde albergamos uno o varios intereses hacia algo que aspira mejorar la humanidad, su hábitat, su contexto y su relación con otras especies.
Este interés puede enfocarse en los huérfanos, los ancianos, los obreros, los veteranos, los abusados sexualmente, los adictos, los iletrados, las víctimas de la violencia, los minusválidos, el medio ambiente, la paz, la equidad racial, la conservación de una cultura o de la atmósfera del planeta, por citar unas cuantas entre las muchas posibilidades. Por eso, si aún no ha descubierto que dar es mejor que recibir, le invito a considerar invertir su voluntad en un proyecto.
Aquí entre nos, es un primer paso para erradicar la mentalidad de supervivencia que a veces arrastramos aun después de haber dejado atrás ese modo de vida.