-¡Por eso maté a mi tía!, escuché decir a una señorita en la pantalla.
¿Quién se atreve a confesar semejante crimen en la televisión de manera tan desfachatada?, me pregunté realmente intrigada. Al dar la vuelta, me percaté que se trataba de la villana de una telenovela, quien poseía una capacidad extraordinaria para sacar de quicio al hombre al cual le profesaba su amor. El galán, desesperado por las intrigas urdidas por ella, la agarró por el cuello y la zarandeó con fuerza varonil durante uno de los episodios emitidos la semana pasada.
Normalmente, yo hubiera adoptado una posición de testigo ocular indiferente, archivando este “incidente” en la carpeta de asuntos tele-noveleros sin importancia. Sobre todo, al entender que desde la perspectiva del escritor, el subconsciente colectivo necesitaba expresar su frustración contra esa criminal que había asesinado a un miembro de su propia familia. El argumento narrativo se prestaba, pues, para que la fuerza brutal del macho la castigara por nosotros, para hacer justicia.
Dos días después, me vi en la necesidad de hablar sobre un asusto personal con mi madre. Esto ocurrió entre las nueve y las once de la noche, que es el bloque de tiempo sagrado durante el cual los aficionados a este tipo de teatro no admiten interrupciones, al menos no las admiten de buen agrado. Mientras esperaba los comerciales, tuve que sufrir unas cuantas escenas del drama. En una de ellas, el protagonista, harto de las amenazas que le hacía la mujer que mató a su tía, la apretó por el brazo y le dio una buena sacudida. Lo mismo ocurrió la próxima noche, cuando por puro espíritu investigativo, me dediqué -por tercera vez- a ver el blockbuster. Descubrí, sin gran sorpresa, que ya fuera por esto o por aquello, a la chica la maltrataban a diario.
-Madre, ¿no notas algo?, pregunté.
-Sí, las medias nylon están muy oscuras para ese vestido tan claro, me contestó.
-¿Nada más?
-¡Qué esa muchacha tiene los ojos muy bonitos!
En otras palabras, para la teleaudiencia bien entrenada, osea mi madre y otras personas como ella, estos actos de violencia intrafamiliar son algo común y cotidiano, tan parte del ensamblaje de estos productos de consumo masivo ¡que pasan completamente inadvertidos!
Eduardo Correa en su diario oficial llamado Prevención de Violencia Intrafamiliar, define esta última como “el acto de poder u omisión recurrente, intencional o cíclico, con el que se domina, somete, controla o agrede física, verbal, psicoemocional o sexualmente a cualquier miembro de la familia, dentro o fuera de su domicilio (…)” Las oficinas de gobierno mexicano han reportado últimamente altos índices de violencia.
Dice Correa que son tan altos, porque “probablemente están relacionados con el desempleo y el incremento de los niveles de estrés producidos por la creciente pobreza y el abuso del alcohol”. Los expertos señalan que “esta forma de violencia es un abuso que refuerza las jerarquías de género y edad.” De ahí, que, en el 91% de los casos, la violencia es generada por un hombre, como reportó INMUJERES durante el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. (México)
Aquí entre nos, en nuestra ciudad, la violencia doméstica es un problema tan grave como lo está siendo al sur de la frontera. Para remediarlo, nos toca empezar a mirar la violencia como el crimen y la injusticia que es y NO como algo natural. Piense en eso la próxima vez que golpeen a una chica en su telenovela favorita. Porque si queremos solucionar este problema, nos toca ajustar nuestra perspectiva al respecto. Eso sería lo primero, más fácil y más rápido que intentar erradicar las causas mayores: pobreza, desempleo y abuso del alcohol, de las cuales tenemos todavía para un rato.