De la misma manera que existe un protocolo para el orden en el cual se anuncian los himnos nacionales al inicio de un partido de la Copa Mundial, así mismo existen ciertas reglas para participar civilizadamente de un juego de azar de los tantos ofrecidos en nuestros casinos. Ahora bien, no hay un letrero a la vista ni un manual disponible que le explique al interesado en sumarse a una partida cuales y cuantas son las benditas reglas y cómo debe emplearlas.
No obstante, una persona que goce de cierto sentido común, suele hacer varias preguntas y se detiene a observar a los demás jugadores durante el transcurso de varias manos a fin de entrenarse de los procedimientos, o “la meneutica” -como se dice en dominicana,- del juego en cuestión.
Es posible que de esa observación surja una especie de entendimiento básico del juego y del protocolo de la mesa, el cual equipará al observador de lo elemental para actuar e interactuar sin romper las reglas de la casa, exasperar al croupier o enfadar al prójimo.
Pero como usted entenderá, el sentido común no es necesariamente el más común de los sentidos. Y de ahí, que no falte un distinguido señor, por lo regular un visitante, que sintiéndose muy afortunado y aun en posesión de media docena de fichas, decida plantar su apuesta en el corazón de un juego, digamos de blackjack, que se encuentra en plena sesión.
Entiéndase que lo de distinguido señor aquí debe leerse como cliente semi- alcoholizado, inexperto y poseído de un gran optimismo muchas veces identificado erróneamente como verdadera intuición.
A continuación, el mencionado señor intentará pegarle al 21 dos o tres veces, pedirá al crupier que le dé más cartas aunque estas muestren un 17, eso entre otras monerías que serán recibidas de muy mala gana por los demás apostadores quienes, probablemente, terminarán por perder la esperanza y/o el dinero junto con la paciencia.
Luego, el distinguido abandonará la mesa muy orondo ignorando que acabó por disgustar a todo el mundo, no solo por no saber jugar, que de por sí es un error imperdonable en un ambiente donde la plata ajena está de por medio, pero también por haber roto el protocolo, ya que nunca se entra a un juego de naipes ya barajado, servido y a mitad de pila. Eso es un big no-no en el mundo de los buscadores de fortuna.
Para los afectados, tal cosa es una bofetada al azar: ¡La secuencia de las cartas queda inexorablemente alterada, descarriada, azarada por y para siempre! Ellos saben, cual fieles adictos a las cábalas y a las cuentas, que nada es tan susceptible a los cambios imprevistos como esa dama resbalosa llamada Suerte.
Por eso, lo de respetar el protocolo tiene menos de buenas modales y finas maneras que lo que tiene de pura superstición y matemáticas aplicadas. Debería haber un cursillo al vapor para jugadores novatos, aunque, aquí entre nos, no creo que resulte tarea fácil explicar conceptos nuevos a un cerebro marinado en el tequila.