Dos años atrás, armada con un mapa de Albuquerque (Nuevo México) y en compañía de mi prometida, me embarqué en la excitante aventura de ir por dos días a la famosa fiesta internacional de globos que se celebra anualmente en esa ciudad durante el mes de octubre. Hoy queremos compartir con ustedes los jocosos pormenores de ese viaje. ¡Disfrútenlos!Esa noche salimos para el aeropuerto dos horas antes del vuelo. No nos topamos con mucho tráfico ni hubo una espera muy larga al pasar los puestos de seguridad en el McCarran International Airport, de manera que llegamos tempranísimo a la puerta de embarque que nos correspondía.
– ¿Una cerveza para matar el tiempo?, me propuso la rubia platino.
-¡Claro!
Tres cervezas más tarde me siento muy relajada. Me voy a echar una siestecita en el avión, pienso. No obstante, un niño llorando y pateando en el asiento de atrás me arruinó el plan. Aterrizamos en Albuquerque cerca de la medianoche. Nos animó descubrir el ambiente tan festivo, con globitos colgando por todas partes. La terminal era pequeña, fácil de caminar. Solo aquellos que veníamos en el avión de Las Vegas deambulábamos por el lugar, rompiendo el silencio con el eco de nuestros pasos. Detrás de los mostradores no había rastros del personal. Tocamos una campanita unas cien veces antes de que apareciera el representante de la compañía Nationale Rent a Car. Un señor calvo, con los ojos vidriosos, salió por la puerta del fondo, opuesta a la ventanilla de servicio. Era obvio que se acababa de despertar porque ostentaba sobre la mejilla derecha, como un sello, las marcas de algún tejido.
De inmediato, nos pide que firmemos aquí y allá.
-¿Cuál de las dos va a manejar?, pregunta.
-Ambas, dice mi media naranja.
-Tendrán que pagar más, responde.
-¿Por qué?
-Para poder manejar dos personas el mismo vehículo, sin que les afecte la tarifa, tienen que estar casadas.
-O sea, ¿qué es un privilegio “exclusivo” para parejas compuestas de un hombre y una mujer?, replica Atena escribiendo las comillas en el aire con un movimiento de inflexión del dedo índice y mayor.
Le doy un pellizco para que se calle, a sabiendas de que no se callará. Yo estoy demasiado cansada para ponerme a discutir sobre justicia social con el calvito de camisa arrugada, así que me mantengo al margen.
El hombre nos dice: – Las reglas son las reglas.
No vale protestar, el contrato y sus términos, se quedan igual. Recogemos un coche de cuatro puertas y veinte minutos después llegamos al hotel.
El lobby lucía muy alegre adornado, igualmente, con globos en miniatura. Tocamos la campanita unas cuantas veces. La recepcionista que nos recibió tenía las greñas alborotadas, como alguien que se acaba de levantar.
-Deme su identificación personal y tarjeta de crédito, por favor.
-Buenas noches, le dice Atena.
No le contesta.
Le doy lo que me pide.
-No encuentro su reservación, responde. ¿Me da su número de confirmación?
Tiro las maletas al suelo, abro la cartera, hurgo, saco una docena de cosas antes de dar con la dichosa hoja donde estaba impresa la confirmación. Mientras estoy ocupada buscándola, la muchacha dice:
-Pos no tenemos cupo. Todos los hoteles de la ciudad están sold out. Este es un fin de semana muy busy, celebramos la fiesta internacional de balloons.
Mi amada está a punto de espetarla cuando yo alargo el brazo, extendiendo el papel hacia la chica, quien luego se dedica a punchar y punchar el teclado por una eternidad.
Finamente, me entrega dos llaves y un bosquejo -que parece un laberinto- con las instrucciones de cómo llegar a nuestra habitación. Le doy las gracias. Recojo el equipaje, la cartera, las llaves, la confirmación y el mapa.
-Si es tan amable, llámenos para despertarnos en tres horas, le pide Atena.
-Okay.