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¿Amar al otro como a sí mismo?

Si me conoce, sabe que creo firmemente en Dios, y mi personaje favorito es Jesús. Pero nunca voy a la iglesia, y mucho menos rezo rosarios, leo la Biblia, etcétera. Respeto las creencias de los seres humanos. Mi hermana Diomare vive rezando y metida en la iglesia, y la amo con locura; mi esposo Álvaro Skupin hasta iba a ser pastor; y en mi casa hay más Biblias que ropa en los armarios, y le juro que tengo mucha.

¿Por qué Jesús es el personaje que más admiro? En el colegio donde estuve interna, nos obligaban a leer la Biblia cada día. Yo siempre leía el Nuevo Testamento, y además me encantaba ver las películas de Jesús. Su mensaje era de amor y respeto a los demás, y defendía a las mujeres, que en esa época valíamos menos que un perro sarnoso. Si no, recuerde una de sus mejores frases: “El que se sienta libre de pecado, que tire la primera piedra”. Así defendió a una mujer acusada de infidelidad. La ayudó a levantarse y le dijo: “vete y no peques más”.

Era un ser fuera de serie, andaba en chancletas y rodeado de pescadores; peleó con fuerza cuando llegó a la iglesia y vio que estaban irrespetando la casa de su padre. Si viera lo que es su iglesia hoy, creo que se haría crucificar de nuevo.

Jesús se adelantó 21 siglos a la psicología, por lo que no podía ser un simple ser humano. Me explico.

Hay que amar a los otros, pero primero hay que darse a sí mismo, y esto la gente no lo entiende. Creo que ni su iglesia. Cuando le digo a Diomare (que vive para los demás, ayuda a todo el mundo y se quita su comida para darla a los otros) que está malinterpretando a Jesús, me mira sorprendida y me dice: “el que da, recibe”.

Y es cierto, pero el que da a quien no le da, se encuentra en una relación injusta y psicológicamente peligrosa. Si no hay justicia relacional, las relaciones no funcionan. Hay que dar en la manera en que se recibe, o se termina explotando.

Nadie es perfecto. Todos estamos llenos de asuntos sin resolver, y esto influye nuestra conducta. El inconsciente nos domina y es el responsable de “todo” lo que hacemos, de quién nos enamoramos, de lo que decimos y pensamos.

La objetividad no existe. Nadie puede ser totalmente objetivo. Su visión del mundo se basa en vivencias y asuntos no resueltos. O sea que todo, o casi todo lo que creamos y decimos, está influido por nuestra cosmovisión. Más bien, todo es subjetivo.

De ahí que nadie se movió y todos se fueron cuando Él dijo: “El que esté libre de pecados, que tire la primera piedra”.

(Dedicado especialmente a jueces, abogados, curas, pastores, presidentes, dictadores y fanáticos religiosos. Amén).

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