CEROCAHUI, México.- El último viaje de los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora a su querida sierra Tarahumara en el noroeste de México, donde fueron enterrados, casi 400 kilómetros llenos de dolor, pero endulzados con incienso, música y danzas de los indígenas rarámuris, a quienes dedicaron su vida.
Los restos de los sacerdotes de 79 y 80 años reposan en las montañas donde trabajaron durante décadas, en la localidad de Cerocahui, en cuya iglesia fueron asesinados hace una semana junto a un guía turístico local al que intentaron ayudar cuando huía de un líder criminal de la zona.
En el último adiós a los religiosos, que comenzó con una misa en la ciudad de Chihuahua y culminó en Cerocahui, resonó una frase que resume la crítica no sólo de los jesuitas sino de toda la Iglesia católica y gran parte de la sociedad mexicana a la estrategia de seguridad del gobierno, que no ha logrado en más de tres años reducir la violencia: “Los abrazos ya no nos alcanzan para cubrir los balazos”.
La pronunció el jesuita Javier Ávila en alusión al lema presidencial que apuesta por luchar contra la inseguridad con “abrazos, no balazos”, durante una misa de cuerpo presente en la ciudad de Chihuahua, frase que desató los aplausos de los asistentes y dejó sin voz por la emoción al compañero de los asesinados.
Desde ahí los féretros iniciaron la subida a la sierra, con paradas en varias localidades, por unas montañas de carreteras sinuosas, de gran pobreza y marginación y donde la violencia del crimen organizado, que tala estos bosques para plantar amapola y marihuana y utiliza los profundos cañones para operar sin ser visto, no ha hecho más que crecer en los últimos años, según denunciaron las víctimas.
Las autoridades siguen buscando al presunto asesino, identificado por un sacerdote superviviente como un conocido líder criminal local que andaba a sus anchas por la zona.