Muchos dirigentes republicanos han expresado sus dudas sobre Donald Trump o se han negado a respaldar su campaña a la Casa Blanca. Pero nunca hasta ahora un congresista del partido había pedido el voto para Hillary Clinton. Ni siquiera críticos como los hermanos Bush o el senador Jeff Flake.
El primero en pedir el voto para Hillary Clinton fue Richard Hanna, que ejerce desde 2011 como miembro de la Cámara de Representantes por un distrito del norte de Nueva York. Hanna ha explicado su decisión en este artículo publicado en el diario local de Syracuse y compartido este martes por la candidata demócrata, que aspira a atraer el respaldo de republicanos moderados que se resisten a apoyar a Trump.
¿Quién es Richard Hanna?
Hanna es un constructor de origen libanés que llegó al Capitolio en enero de 2011 y que ha representado a dos distritos distintos de Nueva York.
Según la calificación de la Asociación Conservadora, es uno de los seis republicanos menos conservadores de la Cámara de Representantes. Se ha pronunciado a favor del aborto en algunos supuestos y a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo.
No es la primera vez que habla contra el candidato republicano. En marzo de este año, avanzó que no pediría el voto para Trump ni para Ted Cruz en las primarias de Nueva York. ¿De verdad quiere usted a uno de estos dos hombres?, respondió a la pregunta de un periodista. El primero [Cruz] dijo que haría añicos el Medio Oriente y el segundo [Trump] cree que es racional deportar a 11 millones de personas, construir un muro y hacer que los mexicanos paguen por él.
¿Cómo explica ahora su decisión?
El artículo de Hanna empieza diciendo que Estados Unidos necesita dos partidos dispuestos a llegar a acuerdos y recuerda que eso no ha sido posible en los últimos años: El Gobierno ha sido incapaz de resolver los grandes problemas. Asuntos críticos como las infraestructuras, la reforma de los impuestos o la inmigración quedan relegados por la opinión de los elementos más extremos de cada partido. Elegir a Donald Trump sólo empeoraría la situación.
El congresista republicano define al candidato de su partido como ofensivo, narcisista y cualquier cosa menos un líder y dice que no podría votar por un aspirante que no tiene las cualidades que siempre ha intentado inculcar a sus dos hijos: amabilidad, honradez, dignidad, compasión y respeto.
Son argumentos que hemos escuchado de líderes como Jeb Bush o Mitt Romney. Pero por ahora ninguno de ellos ha dado el paso de pedir el voto para Clinton y se antoja difícil que tomen esa decisión.
Hanna asegura que ha defendido causas más grandes que ella misma y recuerda que ha luchado por asuntos que le importan como apoyar la atención sanitaria a las mujeres o mejorar la educación.
Aunque no esté de acuerdo con ella en muchas cosas, votaré por Clinton, escribe el congresista.
No tengo dudas de que una estadounidense que ama a su país es mucho más importante que los partidos y que ganar o perder. Confío en que puede liderar este país. Muchos republicanos pueden no estar de acuerdo pero pueden esperar a ganar o perder otras elecciones con un candidato de verdad. Nuestra respuesta al enfado de la gente requiere soluciones complejas, experiencia, equilibrio y conocimientos. No eslóganes para una pegatina que apelan a nuestro miedo, nuestro odio y nuestra decepción.
¿Por qué Hanna?
Al congresista republicano siempre le ha precedido cierta fama de independiente. Ha votado varias veces contra el criterio de su partido y ha discrepado de sus líderes mucho antes de que irrumpiera Trump.
Hay otro detalle que puede haber influido en la decisión de Hanna: hace meses que dejó claro que en noviembre no se presentaría a la reelección. Es decir, no tiene miedo a perder su escaño en la Cámara de Representantes.
Alguno de sus colegas dice cosas similares sobre el millonario neoyorquino lejos de las cámaras pero no se atreve a denunciar en público su conducta por miedo a caer derrotado en unas primarias contra un candidato respaldado por Trump.
¿Hay algún precedente?
El caso más evidente es el del senador demócrata Joe Lieberman, que en verano de 2008 pidió el voto para el republicano John McCain. La deserción no fue el fruto de su rechazo a Barack Obama sino de la amistad que le unía a su adversario y de su sintonía en asuntos de política exterior.
El anuncio del congresista Hanna no es habitual, me dice Nicole Hemmer, profesora del Miller Center y estudiosa de la carrera presidencial. Es muy extraño que un congresista o un gobernador en ejercicio pida el voto para el partido contrario.
Aun así, Hemmer recuerda algún otro caso. En 2004, el senador demócrata Zell Miller pidió el voto para George W. Bush y llegó a hablar en la convención republicana de Nueva York. Es un gesto más habitual en políticos retirados, explica.
El exsenador demócrata Eugene McCarthy, por ejemplo, pidió el voto para Reagan en 1980 y el exgobernador demócrata John Connolly pidió el voto para Nixon en 1972. Aunque Connolly quizá no cuente porque ya trabajaba como secretario del Tesoro para Nixon y al año siguiente se hizo republicano.
Más atrás es difícil encontrar precedentes. Muchos dirigentes republicanos se negaron a respaldar al senador Barry Goldwater en la campaña de 1964 pero ninguno dio el paso de pedir el voto para su rival. Muchos lo consideraban un candidato demasiado conservador, explica Hemmer. Pero en ese caso la lealtad al partido pesó más.