Ha pasado casi una década desde que concedió su última entrevista. Mientras tanto, ha estado casi la mayor parte del tiempo en la cárcel, donde la encerraron en 2007 por lavado de dinero procedente del narcotráfico.
Ahora, ha decidio hablar y lo ha hecho en una larga entrevista con The Guardian. Pese a su elevado perfil dentro del mundo del crimen organizado, ella no se siente culpable de nada. “¿Yo, culpable? No, porque nunca le he hecho daño a nadie”, explica a la cámara con voz tranquila. “¿Remordimiento? Tampoco, porque nunca he hecho mal”.
Aunque sí siente dolor, el haber “perdido muchos amigos”.
El diario británico pudo hablar con ella durante cerca de tres horas, en las que casi no puso reparos para hablar de cualquier tema.
Sandra Ávila Beltrán, que ahora tiene 56 años, fue una de las narcotraficantes más conocidas de México. Consiguió afianzarse en un mundo dominado por los capos y el machismo. Ella misma confiesa al periódico que se propuso ganarse el respeto en un ambiente donde las mujeres son vistas como trofeos, como objetos sexuales.
Por eso, reconoce, ella decidió no consumir cocaína, porque si lo hubiera hecho “los hombres piensan que eres otra mujer desechable, no te van a respetar”.
El mundo del narcotráfico lo vivió desde la cuna. Nació en 1960, en Baja California. Es hija de Alfonso Ávila Quintero, un familiar del conocido Rafael Caro Quintero, anterior líder del cartel de Guadalajara. Pese a que intentó tener una vida alejada del negocio de las drogas (trató de ser periodista) acabó siendo un enlace importante entre el cartel colombiano del Norte del Valle y el de Sinaloa.
En el 2002, su suerte cambió. Su hijo fue secuestrado y ella pagó un rescate de 1.5 millones. Fue liberado, pero la policía comenzó estrecharle el cerco tras ese pago. Además, su popularidad no dejó de crecer, sobre todo, después de que un narcocorrido la coronó como la “Reina del Pacífico”.
Tuvo que huir, esconderse, iniciar una huida constante. “No descansas. Estás cambiándote constantemente de ciudad, de casa, no puedes tener amistades. No puedes ver a tu familia. Es agobiante”, confiesa en la entrevista de The Guardian.
Antes de caer en 2007, estuvo a punto de perder la vida en una emboscada. Ella se salvó pero no su compañero sentimental. “Íbamos a desayunar Joel (su novio) y yo. De un momento se atravesó un carro. Nos cerró el paso y se bajaron dos personas armadas”, explica al diario.
“La persona que me va siguiendo armada trató de salir corriendo para que no lo detuvieran (la policía). Lo detienen cuando él trata de salir. Es cómo yo me salvo. Y alcancé a ver a Joel tirado, en la calle, muerto”.
Cuando finalmente fue arrestada, sintió un gran alivio. Así al menos lo confiesa en la entrevista. Se acabó el escapar, el tener que seguir escondida.
Pese a todos los años vividos en la celda, solo “cambiaría el haber conocido a los colombianos”, a los que acusa de haberla separado de su hijo por tanto tiempo. Tan solo pudo volver a estar junto a él cuando fue liberada en febrero de 2015.
En su conversación con The Guardian, Ávila Beltrán sostiene que la corrupción llena todos los niveles de la sociedad en México: “No es nada más con el narcotráfico. Hay mucha corrupción en cualquier ámbito social: comercio, empresas, tráfico de influencias, con el narcotráfico, con indocumentados… en todo”.
Ese sistema corrupto es el que, en su opinión, ayudó a su amigo Joaquín “El Chapo” Guzmán a poder huir de la prisión. Ella no cree que contara tan solo con el apoyo de algunos funcionarios o con el director del presidio. “Tuvo que ser la ayuda de altos cargos del gobierno (mexicano)”, remata.