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«Migración con Dignidad»

Tijuana, México.- La unidad deportiva Benito Juárez, se había convertido en un refugio –improvisado- para miles de centroamericanos que llegaron a la ciudad de Tijuana, con la intención de solicitar asilo político en los Estados Unidos.

El albergue se localiza a 5.6 millas del cruce fronterizo, en San Ysidro, cercano la garita denominada como El Chaparral, donde algunos miembros de la caravana han solicitado asilo o se han entregado a las autoridades para su deportación.

Luego de la manifestación que ocasionó el cierre (casi por seis horas) del cruce fronterizo el domingo 25 de noviembre y las lluvias torrenciales que azotaron la ciudad el jueves 29 (que generaron condiciones insalubres en el albergue), los migrantes fueron desplazados sin protocolo a El Barretal, un antiguo centro de espectáculos ubicado en la colonia Mariano Matamoros, al este de la ciudad.

Las autoridades municipales acondicionaron el nuevo albergue, que tiene capacidad para hasta 7 mil 500 personas, con un costo estimado en 100 mil pesos mensuales, de acuerdo con cifras vertidas por Edgar Antonio González Rubio, delegado del Instituto Nacional de Migración.

El Tiempo visitó las instalaciones de El Barretal y fue testigo de la distribución del espacio; en el área techada se ubicaron a familias con mujeres y niños, mientras que en otro sector se instalaron casas de campaña para hombres que viajan solos y, finalmente en otra zona se colocaron carpas donde brindan atención médica y servicios sanitarios como cortes de cabello e higiene personal.

El gobierno federal tomó control de El Barretal e iniciaron un proceso de credencialización, para tener conocimiento de la gente que entra y sale del albergue, todo vigilado por la policía federal y el ejército mexicano.

David León Romero, coordinador de Protección Civil, comentó que –hasta el 8 de diciembre- se habían efectuado trámites para 462 personas, el 75 por ciento son de origen hondureño. Cifra mínima, considerando el tamaño de una caravana que sigue levantando controversia entre los habitantes de Tijuana.

La fuerza de la caravana se dispersó

En El Barretal se encuentran únicamente 2 mil 122 migrantes, de los 6 mil 700 que se contabilizaron en el albergue Benito Juárez. El desplazamiento repentino generó miedo e incertidumbre entre los miembros de la caravana, muchos se esparcieron entre las calles de Tijuana (casi tres mil de ellos) ante el rumor de que serían deportados a sus países de origen. Otros se negaron a subirse a los camiones que los llevaron a dicho albergue y se quedaron en las calles aledañas al refugio Benito Juárez, son aproximadamente 700 personas que tienen ya una fecha límite para irse a un albergue y puedan ser censados para que se les pueda seguir brindando ayuda humanitaria.

El padre Alejandro Solalinde Guerra, en una visita que hizo al albergue Benito Juárez el sábado 8 de diciembre, dijo a los medios allí reunidos que “los migrantes crearon falsas expectativas sobre su asilo en los Estados Unidos, fueron engañados, pero no fueron traídos contra su voluntad”, y pidió a las autoridades habilitar otro albergue cercano a la frontera que les permita trasladarse con facilidad y acudir a la cita que el gobierno estadounidense les está dando para analizar su caso.

“Yo me voy a Rosarito, me ofrecieron empleo allá, estuve en el Benito Juárez y aquí en El Barretal desde la semana pasada. Una familia de la iglesia nos ofreció pagar un cuarto para trabajar en el área, ahorita andamos vendiendo dulces en la calle, mientras nos llega el permiso para trabajar, queremos ahorrar un poco para cubrir nuestras necesidades”, comentó a El Tiempo Jonathan Canales, un joven que se iría a Rosarito el sábado 8, ante la negativa del gobierno estadounidense de permitir el acceso a los migrantes que llegaron a la frontera en la caravana.

“La verdad ya nos queríamos regresar a Honduras, pero gracias a Dios ya empezamos a ver una luz de esperanza. Vamos a trabajar mientras se calman las cosas y luego trataremos de pasar al otro lado”, agregó Canales, quien se acompaña de Kenneth Mejía, de 18 años y oriundo de Guatemala. Para ambos, que se conocieron en la travesía, ha sido un calvario el recorrido, “yo vengo desde Choluteca, Honduras y crucé El Salvador y Guatemala, antes de llegar a México y sumarme a la caravana”, explicó Canales, quien a sus 29 años de edad tiene el compromiso de enviar ayuda económica a su familia que dejó en Honduras.

En El Barretal la ayuda llega principalmente por organizaciones de asistencia procedente de los Estados Unidos, “nuestro viaje duró 35 días, la mayoría de ellos caminando, no fue fácil, llegamos al albergue Benito Juárez, pero no pudimos ingresar porque ya estaba lleno, entonces nos tocó dormir en la calle, el agua mojó nuestras cobijas y entendemos perfectamente que le hayan dado prioridad a las mujeres y niños”, compartió por otro lado Audul Antonio Casco Ponce.

“Nos sentimos muy agradecidos por el pedacito de suelo que los mexicanos nos prestan, no queremos causar problemas, nos han tratado muy bien, quizá no lo merecemos, pero los mexicanos nos han dado mucho más de los que esperábamos. Queremos ir a los Estados Unidos, pero vemos más disponibilidad política de los mexicanos para ayudarnos, sabemos que todo lo que nos dan cuesta, quizá lo hacen sacrificando su propia economía, por eso les estoy muy agradecido”, dijo con la voz quebrada y las lágrimas que salieron de su adusto rostro. El señor Casco Ponce llegó a Tijuana acompañando a sus dos hijos, de 20 y 18 años de edad, provenientes de una zona limítrofe entre Nicaragua y Honduras, plagada por la violencia y el crimen.

“La guerra es un monstruo que no permite el desarrollo, muchas veces confunden a los civiles y los matan, secuestran a la familia, los desaparecen, nos persiguen, de eso venimos huyendo”, precisó.

Las secuelas negativas, en el sector empresarial, que tuvo la llegada de migrantes centroamericanos todavía no desaparecen. Las pérdidas económicas son millonarias y el daño es irreversible, comentó Cecilio Estrada, quien analizó desde una perspectiva socioeconómica a la Caravana Migrante. “Espero que no haya más caravanas en Tijuana”, concluyó.

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