CIUDAD DEL VATICANO — El papa emérito Benedicto XVI, el tímido teólogo alemán que trató de despertar el cristianismo en una Europa secularizada y será recordado como el primer pontífice que renunció al cargo en 600 años, falleció el sábado. Tenía 95 años.
Francisco oficiará su funeral en la Plaza de San Pedro el jueves 5 de enero de 2023. Será la primera vez en la historia en que un papa en activo presidirá el entierro de su predecesor.
Benedicto sorprendió al mundo el 11 de febrero de 2013 cuando anunció, en su típico latín y con un tono suave, que ya no tenía fuerzas para seguir al frente de una Iglesia católica con 1.200 millones de fieles que había comandado durante ocho años entre escándalos e indiferencia.
Su dramática decisión dejó paso al cónclave que eligió al papa Francisco como su sucesor. Los dos pontífices convivieron desde entonces en los jardines del Vaticano, en un acuerdo sin precedentes que sentó las bases para que futuros “papas eméritos” puedan hacer lo mismo.
“Con pesar doy a conocer que el Papa emérito Benedicto XVI ha fallecido hoy a las 9:34 horas en el Monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano. Apenas sea posible se proporcionará más información”, explicó el vocero del Vaticano, Matteo Bruni, en un comunicado el sábado 31 de diciembre por la mañana.
Los fieles podrán presentar sus últimos respetos a los restos mortales del religioso, que quedarán expuestos al público a partir del lunes 2 de enero de 2023 en la Basílica de San Pedro, indicó el Vaticano. Benedicto había pedido que su funeral se celebrase con solemnidad, pero con “sencillez”, explicó Bruni a reporteros.
Benedicto, cuya salud se había deteriorado durante la Navidad, recibió el sacramento de la unión de enfermos el miércoles 28 de diciembre de 2022 tras la misa diaria en el monasterio, en presencia de su secretario y de las mujeres consagradas que atendían su casa, añadió el portavoz.
El excardenal Joseph Ratzinger nunca había querido ser papa, y a sus 78 años planeaba pasar sus últimos años escribiendo en la “paz y tranquilidad” de su Baviera natal.
En su lugar, se vio obligado a ocupar el puesto del querido San Juan Pablo II en 2005 y dirigir la institución en medio del escándalo de abusos sexuales cometidos por clérigos, al que siguió otro cuando su propio mayordomo robó sus documentos personales y se los entregó a un periodista.
Según contó una vez, cuando fue elegido papa sintió como si le hubieran pasado por la “guillotina”.
Pese a eso, se enfrentó a la labor con la firme intención de reavivar la fe en un mundo que, como lamentaba con frecuencia, parecía creer que podría prescindir de Dios.
“En grandes zonas del mundo hay hoy en día un extraño olvido de Dios”, dijo ante el millón de jóvenes que se congregaron en un campo en su primer viaje al extranjero como papa, a la Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, Alemania, en 2005. “Parece como si todo fuese igual incluso sin él”.
Con algunas decisiones clave, a menudo polémicas, trató de recordarle a Europa su herencia cristiana. Y llevó a la Iglesia por una senda conservadora y tradicional que a menudo alienó a los progresistas. Relajó las restricciones a la celebración de la antigua misa en latín y tomó medidas enérgicas contra las monjas americanas, insistiendo en que la Iglesia se mantuviese fiel a su doctrina y tradiciones ante un mundo cambiante. Fue un camino revertido en muchos aspectos por su sucesor, Francisco, quien al priorizar la misericordia sobre la moral alejó a los tradicionalistas que habían sido indulgentes con Benedicto.
Pero el legado de Benedicto XVI quedó marcado de forma irreversible por el estallido a nivel mundial del escándalo de abusos sexuales en 2010, a pesar de que en su etapa como cardenal fue el responsable de que el Vaticano cambiase su enfoque sobre el asunto.
Según los documentos, a pesar de conocer muy bien el problema, la Santa Sede hizo caso omiso durante décadas llegando a desautorizar a obispos que intentaban hacer lo correcto.
Benedicto conocía la magnitud de la situación de primera mano ya que, en su antiguo puesto, en la Congregación para la Doctrina de la Fe que dirigía desde 1982, era el responsable de gestionar los casos de abusos.
De hecho, fue él quien en 2001 tomó la decisión, entonces revolucionaria, de asumir la responsabilidad de procesar esos casos tras percatarse de que obispos de todo el mundo no castigaban a los agresores, sino que se limitaban a cambiarlos de parroquia, donde podrían volver a violar.
Y una vez asumió el papado llevó la contraria a Juan Pablo II al tomar medidas contra el sacerdote pederasta más famoso del siglo XX, Marcial Maciel. Benedicto se hizo cargo de los Legionarios de Cristo, la orden religiosa conservadora de Maciel que su predecesor había considerado un modelo de ortodoxia, después de que se reveló que el fundador había abusado sexualmente de seminaristas y engendrado al menos tres hijos.
Ya retirado, el papa emérito fue señalado en un informe independiente por su trato a cuatro sacerdotes cuando era obispo de Múnich. Negó haber cometido delito alguno a nivel personal, pero pidió disculpas por cualquier “falta grave”.
Nacido el 16 de abril de 1927 en Marktl Am Inn, en Baviera, Benedicto escribió en sus memorias que fue alistado en las juventudes nazis en contra de su voluntad en 1941, cuando tenía 14 años y la afiliación era obligatoria. Desertó del ejército alemán en abril de 1945, en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial.
Se ordenó sacerdote junto a su hermano Georg en 1951. Tras pasar varios años enseñando teología en Alemania, fue nombrado obispo de Múnich en 1977, y el papa Pablo VI lo nombró cardenal tres meses después.