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Crónica: Juchitán intenta renacer desde los escombros que dejó el terremoto

Juchitán, el lugar de las flores blancas, se llenó de pétalos para despedir a 36 víctimas del sismo de 8.2 grados Richter que sacudió los llanos istmeños de Oaxaca el jueves pasado.

Hasta el panteón Domingo de Ramos llegaron los restos de niños, mujeres, hombres y ancianos que quedaron atrapados bajo las losas que cayeron. Su última residencia también es muestra de los daños ocasionados por el movimiento de la tierra: ángeles rotos y sepulcros con cuarteaduras.

El camposanto recibe a los deudos con una alfombra morada, producto de cientos de frutos que cayeron al suelo después de la sacudida y que fueron triturados por los cortejos.

Algunos acudieron a dos o tres sepelios en un mismo día, perdieron madres, padres, hijos o amigos; sus lágrimas se mezclan con el cárdeno de la superficie.

La ciudad con cerca de 70 mil habitantes conoce las tragedias de los que murieron, los relatos se cuentan en zapoteco y español a vecinos y parientes.

Frente al panteón, en las rejas que protegen las ruinas del Hospital General “Macedonio Benítez Fuentes”, un letrero se anticipa a los lesionados: “Atención de urgencias verdaderas en escuela I. E. S. I. T., carretera Juchitán Tehuantepec”.

Muy cerca del lugar, una señora y sus cuatro hijos observan su casa destruida. “Dios nos protegió”, aseguró mientras señalaba un jardín afuera del hospital en el que durante la noche se reúne con cerca de 60 personas que no quieren regresar a sus hogares por temor a las réplicas.

Con las manos con polvo y lastimadas luego de retirar ladrillo a ladrillo los restos de su hogar señaló una vereda; se trata, dice, de la calle 2 de Octubre, “ahí están las casas de mis hermanas, también destruidas, y la de mi suegro quien además no ha podido ser dialisado”.

En efecto, en la 2 de Octubre también hay viviendas afectadas, algunas con fracturas en su construcción, otras con las tejas a la altura del suelo.

El señor Miguel, recostado en una hamaca en el patio de su casa, esperaba paciente, sus hijas habían decidido no trasladarlo, prefieren realizar el tratamiento en casa conscientes de las distancias que los separan de otros poblados.

En Juchitán las casas comparten espacios interiores con exteriores; el calor que en verano supera 35 grados centígrados obliga a algunos a dormir en el patio, razón por la que algunos explican su integridad luego del sismo que ocurrió a las 23:49 horas.

Paso a paso las afectaciones son evidentes. Los derrumbes esperan la llegada de las cuadrillas de Protección Civil que atienden casa a casa. “Entendemos que somos muchos los afectados pero necesitamos que distribuyan mejor la ayuda”, expresó Rogelia, con lágrimas en los ojos.

Sus vecinos, la familia Buendía, decidieron sacar los colchones de su vivienda agrietada y por el momento viven a la intemperie con dos niños, “tenemos mucho miedo por las réplicas, por eso decidimos vivir aquí junto a nuestros vecinos”.

Al menos en este lugar una de cada tres casas se encuentran sin posibilidad de ser habitadas, algunas fueron señaladas con cinta roja para advertir el peligro que representan al estar al filo del colapso.

La misma situación se vive en la colonia 15 de Septiembre, en donde los vecinos han adaptado un terreno baldío para establecer un albergue en el que reciben algunas dotaciones de comida por parte de familiares; “nos traen comida, la que les sobra en la despensa, eso lo agradecemos, solos no podríamos enfrentar la situación”.

Han transcurrido cerca de 48 horas luego del fenómeno natural, poco a poco llegan los víveres que se han acopiado en otros estados del país; el brigadista Jaime Rodríguez explicó que Juchitán es un lugar distante, a 730 kilómetros de la Ciudad de México, por ejemplo.

En el centro de la ciudad los trabajos para limpiar los escombros del Palacio Municipal, fundado en 1860, se han convertido en un atractivo para los pobladores que observan callados y con dolor la máquina que eleva y lanza los restos del edificio que forma parte del escudo municipal.

Otros juchitecos han decido continuar. En las calles cercanas al palacio compran y venden queso, aguas frescas y tamales. “Se destruyó nuestro lugar de trabajo pero nosotros tenemos que seguir por nuestras familias”, explicó Esperanza mientras miraba los escombros de lo que fue la zona de comidas al interior del edificio del ayuntamiento.

Juchitán es la ciudad más grande del Istmo de Tehuantepec, por eso cientos de comerciantes provenientes de Salina Cruz, San Blas, La Ventosa, entre otros poblados, acuden a ofrecer sus productos, muchos de ellos lo hacían en el área que ahora se encuentra destruida.

En la calle 5 de Septiembre, una de las principales para el comercio, cintas amarillas impiden el paso; sin embargo, la muralla se rompe de manera sencilla al saltar.

La mayoría de los bancos, tiendas de muebles y ropa se encuentran cerrados, pero aún quedan de pie algunas tortillerías y tiendas de abarrotes, por eso los pobladores acuden a hacer filas de hasta una hora para conseguir los productos necesarios para alimentarse.

La Policía Municipal resguarda las tiendas de electrodomésticos, toda vez que algunas fueron víctimas de atracos; “algunos aprovechan la situación y han robado, por ello estamos aquí”, comentó el oficial Reynoso.

Los mototaxistas recorren las calles. Vicente, de 23 años, quien además de dirigir el transporte funge como guía, dijo: “me duele el corazón de ver mi ciudad así”.

Juchitán, famoso por aceptar a los muxes como tercer sexo, por la magnificencia de las tehuanas, por la fiesta de las velas, por las bodas tumultuarias, por el rito del rapto para unir a una pareja y por sus campos eólicos hoy retoma poco a poco su rutina.

Ello en compañía de elementos de la Secretaría de Marina, de la Policía Federal y de cuadrillas de la Comisión Federal de Electricidad que laboran para restablecer la vida en el Istmo.

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