(Columna)
Fui por un aguacate en Trader Joe’s y le di un apretón firme, no estaba maduro aún.
Lo dejé y pasé al siguiente.
Cuatro días después, estaba en una sala de emergencias del Hospital MountainView después de despertarme con síntomas de COVID-19. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés) han indicado que el periodo de incubación del nuevo coronavirus es de dos días a dos semanas.
Me senté en una silla durante mucho tiempo en el hospital, esperando a que me hicieran una radiografía de tórax y me sacaran sangre. La cabeza me palpitaba, me dolía todo el cuerpo y no podía dejar de toser. Estaba nerviosa, odio las agujas.
Mientras esperaba, mi mente vagaba.
¿Ya tenía el virus durante ese viaje rutinario del domingo por la mañana al supermercado? ¿Quién terminó llevándose a casa los productos que toqué? ¿Quién usó mi carrito de compras después de que lo dejé? ¿Me acerqué demasiado a alguien por error en la sección de alimentos congelados?
Han pasado casi tres semanas desde la aparición de mis síntomas y unas dos desde que di positivo a la prueba de la enfermedad respiratoria. He pasado ese tiempo en cuarentena en casa, luchando con la culpa de cuánta gente pude haber infectado sin saberlo en los días previos a mi visita a la sala de emergencias.
Pensé que estaba siendo cuidadosa, para entonces, había estado trabajando remotamente durante un mes, desde el 10 de marzo, cuando me enviaron a casa para autocuarentena por primera vez después de una posible exposición al COVID-19 en una conferencia de prensa de cuatro días en Nueva Orleans.
Pero, ¿cuán cuidadosa puedes ser cuando no sabes que estás infectada?
Por ejemplo, mi pareja, un médico residente que trabaja en un hospital de Las Vegas, terminó dando positivo para el virus pero era asintomático.
Creemos que trajo el virus a casa desde el trabajo y me infectó. Pero para cuando me enfermé, quién sabe cuánto tiempo había sido portador, porque la cosa es que si yo no hubiera terminado en la sala de emergencias a principios de este mes, él no se hubiera hecho la prueba y habría seguido yendo a trabajar y tratando a sus pacientes de neurología.
En la sala de redacción del Review-Journal, me siento junto a Mary Hynes, la reportera de salud del periódico.
Desde que me enfermé, he pensado mucho en una conversación que tuve con Mary y otro reportero en la sala de redacción en enero o febrero, mucho antes de que el brote de COVID-19 se hubiera disparado en Nevada y en todo el país.
Mary acababa de colgar el teléfono con una fuente de COVID-19. Nuestro colega se levantó de su escritorio y le preguntó a Mary, “¿Qué tan seriamente deberíamos tomarnos esto?”
Yo me metí: “Sí, ¿qué tan asustada debo estar? No estoy tan preocupada porque creo que de cualquier manera, si me contagio, sobreviviré de todos modos”.
“Sobreviviré de todos modos”. ¿Cómo pude ser tan egoísta e ignorante?
Incluso con una carrera como la mía, en la que mi trabajo como reportera es estar informada, supongo que sigue siendo fácil pensar sólo en ti misma cuando no estás en la población de alto riesgo, definida por los CDC como los mayores de 65 años o individuos con condiciones médicas subyacentes.
Estoy en mis veintes, soy activa y sana, aunque padezco de un asma intermitente leve. Voy a clases de pilates durante la semana, hago yoga, escalo. En enero, comencé a tomar clases de patinaje artístico.
Así que, sí, me he recuperado del virus, pero eso no significa que la recuperación haya sido fácil.
La enfermedad me mantuvo alejada del trabajo durante más de dos semanas.
He escuchado antes que el virus se siente como una “mala gripe”, pero para mí, fue como un infierno. Sucedió rápidamente, mis síntomas aparecieron de la noche a la mañana.
La noche antes de ir a la sala de emergencias corrí dos millas y me sentí muy bien, pero a la mañana siguiente, muy temprano, tenía fiebre, estaba débil y había desarrollado una profunda tos.
Después de que mi fiebre subió a 103 grados más tarde esa mañana, tuve una consulta de telesalud con una enfermera registrada por teléfono. Le expliqué mis síntomas, y la enfermera me dijo que fuera al hospital “en una hora”.
Aunque el virus apareció de repente, la recuperación fue lenta y dos semanas en casa sin trabajo para mantenerte ocupada es mucho tiempo para sentarte con tus propios pensamientos y culpa sobre la posibilidad de alimentar inadvertidamente una pandemia.
Si me hubieras preguntado en marzo qué haría primero cuando se levantara la orden de quedarse en casa del Gobernador Steve Sisolak, te habría dicho que iría a un bar con amigos o al gimnasio, pero a medida que los estados de todo el país empiezan lentamente a retirar sus órdenes de cierre, creo que me quedaré en casa unas semanas más.