Para muchos, es complicado entender la celebración de El Día de los Muertos, que se celebra por todo lo alto, en la cultura mexicana. Para comenzar hay que entender que la muerte es un personaje en el arte mexicano con una variedad representativa, que va desde protagonista de leyendas y cuentos, personaje crítico de la sociedad hasta invitada especial a la hora de cenar.
La muerte, abarca momentos de innumerables reflexiones, rituales y ceremonias de diversa índole, lo que ha erigido el máximo símbolo de la representación de esta festividad: el altar de muertos. Dicha representación es quizá la tradición más importante de la cultura popular mexicana y una de las más conocidas internacionalmente; incluso es considerada y protegida por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
No obstante, según Javier Becerra, filósofo e historiador mexicano, para conocer más acerca de la festividad del Día de Muertos y el significado que tiene hoy el altar, es necesario remontarse a la historia, yendo hasta las épocas prehispánica y colonial, para poder entender y tener un panorama más amplio de su significado.
La época
prehispánica
Según cuenta Becerra, esta celebración viene desde meso américa, 3000 años atrás, abarcando desde el imperio maya hasta el imperio mezquita, y según cuenta, el objetivo principal era rendir tributo o recordar a seres que habían pasado a otra dimensión. Los orígenes de la tradición del Día de Muertos son anteriores a la llegada de los españoles, quienes tenían una concepción unitaria del alma, concepción que les impidió entender el que los indígenas atribuyeran a cada individuo varias entidades anímicas y que cada una de ellas tuviera al morir un destino diferente.
Dentro de la visión prehispánica, el acto de morir era el comienzo de un viaje hacia el Mictlán, el reino de los muertos descarnados o inframundo, también llamado Xiomoayan, término que los españoles tradujeron como infierno. Este viaje duraba cuatro días. Al llegar a su destino, el viajero ofrecía obsequios a los señores del Mictlán: Mictlantecuhtli (señor de los muertos) y su compañera Mictecacíhuatl (señora de los moradores del recinto de los muertos). Estos lo enviaban a una de nueve regiones, donde el muerto permanecía un periodo de prueba de cuatro años antes de continuar su vida en el Mictlán y llegar así al último piso, que era el lugar de su eterno reposo, denominado “obsidiana de los muertos”.
Gráficamente, la idea de la muerte como un ser descarnado, es decir el esqueleto, siempre estuvo presente en la cosmovisión prehispánica, de lo que hay registros en las etnias totonaca, nahua, mexica y maya, entre otras. En esta época era común la práctica de conservar los cráneos como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento. El festival que se convirtió en el Día de Muertos se conmemoraba en el noveno mes del calendario solar mexicano, iniciando en agosto y celebrándose durante todo el mes.
Según Javier Becerra, filósofo e historiador, para los indígenas la muerte no tenía la connotación moral de la religión católica, en la cual la idea de infierno o paraíso significa castigo o premio; los antiguos mexicanos creían que el destino del alma del muerto estaba determinado por el tipo de muerte que había tenido y su comportamiento en vida. Según cuenta, cada grupo indígena tenía su propia leyenda, pero la celebración era la misma. Entre algunos ejemplos que se han encontrado, citan que los que morían en circunstancias relacionadas con el agua se dirigían al Tlalocan, o paraíso de Tláloc; los muertos en combate, los cautivos sacrificados y las mujeres muertas durante el parto llegaban al Omeyocan, paraíso del Sol, presidido por Huitzilopochtli, el dios de la guerra. El Mictlán estaba destinado a los que morían de muerte natural. Los niños muertos tenían un lugar especial llamado Chichihuacuauhco, donde se encontraba un árbol de cuyas ramas goteaba leche para que se alimentaran.
Los entierros prehispánicos eran acompañados por dos tipos de objetos: los que en vida habían sido utilizados por el muerto, y los que podía necesitar en su tránsito al inframundo. De esta tradición nacen los altares del Día de los Muertos, el altar básicamente, es un recinto para ofrendar a la persona que ya no se encuentra en este mundo y se utiliza para recordarle y ofrecerle lo que le gustaba. Según explica Becerra, este día de ofrendar a los muertos, se abren las puertas de otra dimensión, sea del cielo o purgatorio y se entabla una conexión con los seres queridos. Se comparte, se celebra, se cena, entre otras para celebrar que se está estableciendo esa conexión con aquel ser querido que ya se encuentra en otro mundo.
La época
colonial
En el siglo XVI, tras la Conquista, se introduce a México el terror a la muerte y al infierno con la divulgación del cristianismo, “obligando a los nativos a cambiar de creencias a fuerza de espada y cruz. Es decir, se muere tu Dios mítico y te metes forzado a creer en Dios Padre. Sin tener en cuenta que era el mismo Dios, de lo contrario eran asesinados,” cuenta Becerra.
No obstante, algunos nativos siguieron con sus creencias y rituales, por lo que en esta época se observa una mezcla de creencias del Viejo y el Nuevo Mundo. Así, la Colonia fue una época de sincretismo donde los esfuerzos de la evangelización cristiana tuvieron que ceder ante la fuerza de muchas creencias indígenas, dando como resultado un catolicismo muy propio de las Américas, caracterizado por una mezcla de las religiones prehispánicas y la religión católica. En esta época se comenzó a celebrar el Día de los Fieles Difuntos, cuando se veneraban restos de santos europeos y asiáticos recibidos en el Puerto de Veracruz y transportados a diferentes destinos, en ceremonias acompañadas por arcos de flores, oraciones, procesiones y bendiciones de los restos en las iglesias y con reliquias de pan de azúcar –antecesores de nuestras calaveras de azúcar– y el llamado el “pan de muerto”.
La época
actual
El sincretismo entre las costumbres españolas e indígenas originó lo que es hoy la fiesta del Día de Muertos. Al ser México un país con diversidad de culturas y etnias, tal celebración no tiene un carácter homogéneo, sino que “va añadiendo diferentes significados y evocaciones según el pueblo indígena o grupo social que la practique, construyendo así, más que una festividad cristiana, una celebración que es resultado de la mezcla de la cultura prehispánica con la religión católica, por lo que nuestro pueblo ha logrado mantener vivas sus antiguas tradiciones,” dice Becerra.
La fiesta de Día de Muertos se realiza 2 de noviembre y el se celebra el Día de los Santos Inocentes o Día de los Angelitos, día en que se recuerdan los niños que murieron a temprana edad y no tuvieron la oportunidad de disfrutar de esta vida. De igual manera, estas mismas fechas fueron señaladas por la Iglesia católica para celebrar la memoria de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos. Desde luego, la esencia más pura de estas fiestas se observa en las comunidades indígenas y rurales, donde se tiene la creencia de que las ánimas de los difuntos regresan esas noches para disfrutar las diferentes comidas, flores y objetos, que sus parientes les ofrecen mediante un altar.
El 2 de noviembre, o Día de los Muertos, es la máxima festividad de su tipo. Celebración que comienza desde la madrugada con el tañido de las campanas de las iglesias y la práctica de ciertos ritos, como adornar las tumbas y hacer altares sobre las lápidas, los que tienen un gran significado para las familias porque se piensa que ayudan a conducir a las ánimas y a transitar por un buen camino tras la muerte.
El día 1 en cambio, es el llamado Día de los Santos Inocentes o Día de los Angelitos, celebración que según explica. Sin embargo, no es un día de celebración sino de luto, ya que es el día que se recuerdan los infantes que no pudieron gozar de la vida, dijo Becerra.
Es una celebración que se ha mantenido vigente durante miles de años, y que hoy en día lo celebran más países alrededor del mundo. Según dice Javier Becerra, esta celebración ha traído con ella, diferentes fiestas y tradiciones del mundo moderno, las cuales, según él, tan solo tienen un fin monetario o de mercadeo. “Tras esto Estados Unidos, puso de moda el Halloween, fiesta que no tiene ninguna relación con el Día de los muertos, ya que este día es de tradición cultural y se celebra con mucha veneración y respeto,” cuenta Becerra. “El Halloween es con aminos de mercadeo mas no de tradición y costumbres culturales. Razón por la cual no se deben relacionar ni confundir,” concluyó Javier Becerra filosofo e historiador.