Aída, la hija de Areli Sánchez, solía ser uno de los 20 millones de niños estadounidenses que cada día usan un autobús de diésel para ir a la escuela.
Aída tiene asma. Cuando era pequeña, se quejaba del olor y de la nube de humo en su viaje en autobús dos veces al día.
“Cuando volvía a casa de la escuela o estaba en el autobús, le dolía la cabeza y se ponía mal del estómago. Decía: ‘Mami, no estoy bien, me siento mareada’”, dijo Sánchez en español desde Las Vegas. Aída faltaba mucho a clases cuando su asma era grave. Investigación demuestra que la exposición a los gases de escape del diésel puede hacer que los alumnos falten a clases y afecta el aprendizaje.
Aída ingresó en el hospital por un ataque de asma en segundo grado, y después Sánchez empezó a llevarla en carro a la escuela.
Los gases de escape del diésel de los autobuses escolares pueden afectar cada día a un tercio de los alumnos de Estados Unidos, a sus padres y a los educadores, según datos federales. Es un carcinógeno conocido, además de contener óxidos de nitrógeno nocivos, gases volátiles y partículas que agravan los problemas pulmonares. También contribuye al calentamiento global.
Los más afectados por estos problemas medioambientales y de salud son los afroamericanos, latinos, indígenas y las comunidades con menores ingresos, que a menudo dependen de los autobuses para ir a la escuela y también tienen más probabilidades de sufrir asma que otros estudiantes. Algunos de los mayores impulsores del cambio son los padres preocupados por sus hijos.
Para la familia de Areli Sánchez en Las Vegas, las cosas seguían deteriorándose.
Ella sentía que tenía que dejar de trabajar. “No sabía cuándo íbamos a recibir otra llamada de la escuela por otro ataque de asma”, dijo.
Unos años después de que su hija empezara a tener problemas, Sánchez vio la oportunidad de involucrarse en el incipiente movimiento a favor de los autobuses eléctricos. No huelen. No son ruidosos. Cuestan más de entrada, pero su funcionamiento es menos costoso y pueden reducir significativamente las emisiones, lo que los convierte en una solución para el cambio climático.
Sánchez lleva cuatro años defendiendo su causa a nivel local y en otros lugares, e incluso ha hecho un largo viaje en autobús de diésel hasta la capital del estado, Carson City, para pedir financiación a la Legislatura.
Hace poco empezó a ganar adeptos cuando el Distrito Escolar del Condado Clark, su distrito, empezó a cambiar algunos de sus autobuses por otros eléctricos. Aún son solo una pequeña parte de los casi 2 mil que componen la flota, pero ella es optimista.
En todo el país se están produciendo avances similares, a medida que aumenta la sensación de urgencia ante el empeoramiento de la calidad del aire y la injusticia medioambiental relacionada con el calentamiento del clima.
Los niños suelen resultar más perjudicados por la contaminación atmosférica que los adultos, porque sus cuerpos aún están en desarrollo y porque respiran más aire por tamaño corporal que los adultos, dijo Sara Adar, investigadora en epidemiología y salud pública de la Universidad de Michigan, que estudia la relación entre la salud y los autobuses escolares.
“A medida que queman el combustible y el motor gira, liberan partículas muy, muy pequeñas que pueden penetrar profundamente en los pulmones y causar estragos en todo el organismo”, dijo Adar.
Los niños también pueden pasar mucho tiempo cerca de autobuses detenidos encendidos, lo que prolonga su exposición a algo que puede dañar permanentemente su salud. La investigación también ha puesto de manifiesto la mala calidad del aire en el interior de los autobuses escolares de diésel más antiguos.
“Se trata de un ciclo perpetuo de mala calidad del aire”, dijo Lonnie Portis, gerente de política y activismo del grupo We Act for Environmental Justice en la Ciudad de Nueva York. En los vecindarios más afectados, o en los que se aplica la justicia ambiental, dijo, “se elimina al menos parte de eso poniendo autobuses escolares eléctricos en la rotación”.
Algunos distritos escolares han cambiado a nuevas versiones de autobuses de diésel, más eficientes y menos contaminantes, como forma de reducir la exposición de los alumnos. Otros, sobre todo en distritos con escasez de fondos, mantienen sus vehículos más antiguos y contaminantes.
Al igual que Sánchez, Liz Hurtado, madre de cuatro niños que viajan en autobús en Virginia Beach, Virginia, lleva años abogando por los autobuses eléctricos.
A su hija mayor también le daban dolores de cabeza los autobuses de diésel, y ella la llevaba a la escuela cuando podía, dijo.
Ahora, Hurtado es responsable nacional del grupo de base Moms Clean Air Force y participa activamente en un programa dedicado a proteger la salud de los niños latinos. Organiza actos para que los miembros de la comunidad vean y conduzcan vehículos eléctricos, organiza seminarios web y reuniones y enseña a otros cómo contactar a los legisladores.
“Conociendo todos los factores de estrés y ansiedad derivados del cambio climático, y el hecho de que esto supone una enorme carga para nuestros hijos”, dijo Hurtado. “Eso supone una carga para nosotros, ¿no?”
Aunque todavía no hay un autobús eléctrico a su disposiión, se siente “realmente entusiasmada con el impulso”.
El dinero federal es ahora la principal fuente de financiación de autobuses escolares eléctricos, y da prioridad a las comunidades de bajos ingresos, rurales o tribales, lo que los activistas consideran una gran victoria. La mayoría de los autobuses escolares eléctricos que circulan en la actualidad han llegado a esas zonas, según WRI.
“Significa que estamos acercando la solución al problema”, dijo Carolina Chacón, gerente de coalición de la Alliance for Electric School Buses, un grupo de organizaciones sin ánimo de lucro que se ha ido expandiendo.
Sánchez dijo que Aída quizá no llegue a aprovechar los autobuses eléctricos, ya que ahora tiene 16 años.
“Pero otras madres no tendrán que preocuparse como yo por los gases”, dijo.