El 1ero de mayo de 1994, el brasileño Ayrton Senna murió en un accidente en carrera, a los 34 años en el circuito italiano de Ímola. Veinte años más tarde, la gran familia del automovilismo no ha olvidado al hoy considerado un mito de este deporte.
El brasileño, tres veces campeón mundial de Fórmula 1, se fue demasiado pronto, en la funesta curva de Tamburello, mientras conducía un monoplaza Williams-Renault.
Veinte años después del drama, la emoción con la que se le recuerda está a la altura de su talento en la pista, de su determinación y de la gran pasión con la que competía el emblemático piloto, que había nacido un 21 de marzo de 1960 en Sao Paulo, muy lejos de la Italia donde falleció.
Puede que la carrera de un gran campeón no pueda resumirse sólo con estadísticas, pero las suyas, en cualquier, caso impresionan: 161 grandes premios disputados entre 1984 y 1994, con un balance de 65 ‘poles’, 41 victorias, 80 podios y casi 3.000 vueltas a circuitos en Fórmula 1, con tres títulos mundiales ganados (1988, 1990, 1991).
En el vigésimo aniversario de su muerte, casi todos se acuerdan también del Senna persona, no sólo del Senna piloto. De sus sonrisas, sus bromas, su amabilidad con aficionados y periodistas y de todos los elementos que hicieron de él un gran líder lleno de carisma durante una década, en la que millones de telespectadores vibraron con sus carreras y se daban cita los domingos para asistir a sus victorias.
El aniversario de su fallecimiento ha multiplicado los actos de recuerdo, tanto en Brasil como en Europa y en el resto del mundo. El ídolo brasileño escribió páginas de leyenda en la Fórmula 1 y la huella sigue siendo muy visible.